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"Nunca se me pasó por la cabeza resignarme"

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Espectaculos.

Entrevista Juan Alberto Badía. Le diagnosticaron un tumor, y lo combatió. El locutor dice que recibió más amor del que se imaginaba. Creyente, asegura que salió adelante ayudado por la medicina y la gente. Y ahora que regresó a la televisión, arriesga: “El tumor es un amigo que vino a cambiarme la vida”.
La voz de John Lennnon en Beautiful Boy se pierde en el aire, pero basta capturar un verso para pensar que hoy Lennon le canta directo al oído a Juan Alberto Badía.

La vida es aquello que te sucede mientras te ocupas en hacer otros planes …, se escucha. Y la imagen viviente de radio sonríe con causa: en 2010, mientras el locutor beatlemaníaco se distraía con otro plan, la vida le demostró que era todo eso que canturreaba su tocayo John. Le diagnosticaron un tumor en el mediastino. Lejos de la resignación, salió a noquearlo. “El tumor es un amigo que vino a cambiarme la vida”, sorprende.

¿Un amigo y no un enemigo? Digo este amigo porque convivo con él, porque al principio me costó aceptarlo como era. En los ´90 cuando iba a verlo al Padre Mario con mi cuñado que tenía cáncer de pulmón, mi cuñado me decía a la vuelta ¿No olés feo? Yo sí, porque tragué mucha mierda.

Y me quedó esto de la cosa podrida. Los médicos hoy me enseñaron lo contrario: un tumor es una explosión de vida, de células activas, invasivas, nunca podridas. Mi oncólogo me dio una piedra del grosor de mi tumor para poner en la mesita de luz y poder ir rompiéndola. Eso era aceptar.

Y Juan va “rompiendo” la piedra. Esa “piedra” en el mediastino (cavidad alojada entre el esternón y la columna), que tenía “el tamaño de un sachet de leche y ahora el de una pelotita de ping pong pinchada”. Romper la piedra implicó más que la quimioterapia y que abandonarse a la ciencia: dejarse amar exageradamente. Recibir las dosis desmedidas de amor de su núcleo, pero también de los desconocidos. “En este mundo donde la muerte dura cinco días en los medios, el público defendió mi vida como si fuera suya”, se emociona.

Mira y ve. Una rosa amarilla en la mesa, la resolana que transforma el color de la rosa. El señor que avisó que “entraba a boxes a ajustar clavijas” ahora está en los detalles. La “piedra” lo zamarreó y, lejos del manual de autoayuda, supo leer la moraleja. Dice que el “sismo” le recordó a “la réplica del terremoto de San Juan de 1978”, cuando Buenos Aires sintió el temblor y él salió disparado, con su hijo en brazos, mientras su edificio parecía desmoronarse. Esta vez, otra vez, no hubo derrumbe.

Su impecable guarida atesora dos “santuarios”. En uno “trabajan” juntas las fuerzas de San Expedito, la Virgen de la sonrisa y la de Itatí, el Padre Mario, San Jorge y cuanto amuleto de fe le obsequió su oyente. El otro santuario fue el de la palabra soltada al viento, su propia emisora (ver Radio Badía...

) a la que levantó cuando creía que se caía. Más poderosa que los rayos X, “el chiche” lo tiene como operador, conductor, DJ. La bautizó Jab (sus iniciales) pero bien podría llamarse Radio vida porque se volvió un motor. “No necesitaba mirar cómo fue mi vida, sino cómo iba a ser”.

El día que Paul McCartney cantó en River la última vez (10 de noviembre del año pasado), la noticia del tumor tenía apenas un día para Badía. Mientras de fondo sonaban perlas como A Day in the Life , la película de su historia corría sin control por su cabeza. “Ese día lloré como nunca, creía que me estaba despidiendo de todo. Los que me acompañaban no entendían por qué tanta emoción, no era la primera vez que yo veía a Paul”, repasa. “Fue un tsunami. Al principio no sabía si decirlo públicamente, no quería ser un muerto en vida, dar lástima. Los médicos me aconsejaron: Es al revés, es hablar de la vida. ¿Negarlo? ¿Y el día que la gente supiera que no es un resfrío? El cáncer es palabra prohibida.

Se cura, Badía, se cura , decían.” ¿Tenías viejas broncas o tristezas que despertaran la enfermedad, como ocurrió con tu cuñado? No. Todo lo contrario. Yo no tengo envidia, jamás la tuve, no tengo resentimiento, saludo a mis enemigos, me olvido, no tengo rencor. Quizá como me ha ido bien en la vida, eso me generaba ante el otro eso de Perdón porque me fue bien sin haber sido físico matemático.

Eso sí lo tenía que trabajar y lo hice.

¿Creés en eso de que cada uno se genera su propia enfermedad y su propia salud? Sí. Yo me generé mi salud, ayudado por la medicina y la gente. Como dice el Doctor Recondo: la ciencia no lo hubiera hecho solita. No hubiera sola reducido el tumor al punto en que está. Ellos dicen que soy un paciente estupendo. Que me han dado para que tenga y que no me dejé vencer.

Pero no fuiste buen paciente antes. ¿Habías estado una década sin visitar a un médico? Fue una barbaridad. Mi cuerpo no me lo pedía, si no hubiera ido. Me había quedado esa mala impresión de mi mamá luego de su operación sencilla, su virus hospitalario. Pero fue una ignorancia total. El que me quiera escuchar, que lo haga: una vez por año hay que hacerse un chequeo. Los médicos no saben cuándo empezó mi tumor. Si este degenerado crecimiento de 24 x 17 x 11 lo hubiéramos agarrado a tiempo hubiera sido menos duro.

Pero la resignación no es lo tuyo...

No. Nunca se me pasó por la cabeza resignarme. Y si me tocaba irme de este mundo, me daban tiempo para prepararme. Yo nunca había pensado en la muerte y esta situación me llevó a pensar que es ine-vitable. A hacerme preguntas: ¿Te asusta, Juan? ¿Viviste, Juan? ¿Y viviste, Juan? Sí. Le dediqué más tiempo al trabajo que a cualquier otra cosa, pero con gran amor, no por la búsqueda del dinero. No me arrepiento, sólo que ahora lo reflexiono. Distribuí mal los tiempos. Si rascás a mis hijos profundamente, te reprochan haber tenido poco padre. Públicamente no lo dirán nunca, por amor. Lo que tengo es lo que hay de acá para adelante. Uno de mis hijos se vino a vivir un tiempo conmigo, los tres estuvieron siempre. Ellos me entiendieron: ven que la radio a papá lo sana. Que apenas se podía levantar para ir al baño, pero buscaba la radio. Yo no los engañé con una cualquiera...

Contás que mucha gente en estado de desesperación te pide la “fórmula”. ¿Cómo manejás esa responsabilidad? No puedo dormir cuando pienso ¿cómo ayudo?, no esperaba esto. Acuden cual cura sanador, preguntan ¿qué yuyo ha tomado? La gente exige el nombre de mis médicos. Y mis médicos dicen: cada tumor es distinto, cada paciente es distinto, cada cuerpo es distinto. Si doy el nombre de mis médicos no podrían atender a tantos. Yo hice sincericidio con mi enfermedad. Y lo recomiendo. No ocultarle nada al médico. Si voy a tomar agua con zanahoria, decírselo. He llegado a pensar en irme a China, a Cuba. En mi web (www.jabradio.com.ar) cuento detalladamente mi quimioterapia cada 21 días, luego la radioterapia, mi visita al Padre Ignacio, a la tumba del Padre Mario, el escosul o veneno de Alacran... En octubre me hago un estudio y se verá qué es de mi tumor.

¿Ese “auto que entró a boxes a ajustar clavijas”, puede volver a la fórmula uno? Tengo casi 64 años... (Se ríe). Que el auto funcione lo mejor posible hasta que Dios lo diga. Tengo como meta abandonar definitivamente el cigarrillo. Sería mi orgullo. Fumo tres por día, pero no tuvo relación con la enfermedad. Se ve que no era mi turno. Me gusta mucho la vida, y este tiempo, como dicen en el fútbol, no es suplementario, es recuperado.

Con su esposa Mariana como bastión, y sin erosiones a la vista de la quimioterapia que barrió con tanto, pero no con el optimismo, “el guerrero” sigue rompiendo la piedra. “¿La verdad? No me imaginaba ser tan fuerte”, confiesa. Desde un cuadro, John Lennon sonríe.




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