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Villa-Devoto

Entradera en Villa Pueyrredón.

Miedo al delito: "No me animo a volver sola pensando que me puedo cruzar con esos tipos"

Angustia, miedo, desesperación y hasta deseos de venganza. El delito deja huellas profundas en sus víctimas. También se altera el entorno de los damnificados. Quienes sufrieron una violenta irrupción en sus vidas aseguran que los delincuentes no solo se llevaron un bien material, sino que también robaron su tranquilidad. Los días no resultan igual luego de un atraco. Una familia porteña, por ejemplo, tuvo que mudarse por las amenazas que siguieron al asalto. El dolor emocional es un eje común en las historias de vecinos que perdieron más que un celular. Volver a estructurar rutinas simples, como trabajar, juntarse con amigos o, simplemente, moverse por las calles, se transforma en una epopeya personal.



"Te vamos a secuestrar a vos y a tus hijos. Tenemos a dos policías con nosotros. Te vamos a tirotear tu casa". Carolina Carulias leyó el mensaje dejado en su casa, en el barrio porteño de Villa Pueyrredón, y entendió que todo sería diferente desde el momento en que ladrones desvalijaron su vivienda, la semana pasada. "Me fui de mi casa para proteger a mis hijos", afirmó Carolina a LA NACIÓN.

Y agregó: "Tengo un policía en la puerta del domicilio las 24 horas, pero siento temor. Anteayer volvía de Tribunales con el subte y al bajarme le pedí a un policía que me acompañara, porque no me animaba a caminar sola, pensando que me podía cruzar con esos tipos. Antes podía volver de noche a mi casa y no tenía miedo, ahora sí".

Carolina y su familia fueron amenazadas apenas un día después de que ladrones se metiesen en su propiedad. Ella había publicado las imágenes de las cámaras de vigilancia casera en Facebook y en grupos de vecinos que se alertan frente a situaciones de riesgo. Los mensajes llegaron enseguida a los ladrones, que dejaron constancia de su amenaza con una nota. Madre de tres niños, Carolina quedó viuda hace seis meses. Fue robada y atemorizada: "Me llevé a mis hijos a otro lado. Veremos qué pasa, porque tengo que armar una nueva rutina y rearmar la vida. Son cambios muy fuertes".



Julieta Valenzuela tiene 54 años y trabaja como empleada doméstica en cuatro casas del conurbano. Muy temprano espera cada día el colectivo en la misma parada. Desde el 30 de diciembre pasado esa rutina fue alterada por un violento robo: "Me preguntaron si le podía decir la hora, y cuando miré el celular, me lo sacaron de un golpe. Desde ese día no espero más el colectivo sentada en la garita, sino unos metros más alejada. Trato de ponerme en un lugar donde sea visible para otras personas".

Esa víctima cambió su actitud luego de reiterados hechos de inseguridad sufridos mientras se dirigía a sus trabajos. "Vivimos siete personas en mi casa del barrio Don Rolando. Trabajo mucho para que podamos tener un plato de comida en la mesa", dijo Julieta y comentó que el delito forzó a su familia a poner un horario límite para los movimientos. "El portón de casa está siempre cerrado y la puerta la bloqueamos a las 22, a esa hora no sale más nadie. El que quiera estar afuera hasta más tarde, sabe que no puede volver hasta la mañana".

Comentó, además, que tuvo que cambiar su actitud, se volvió más precavida, quizá desconfiada a fuerza del miedo: "Si pudiera llevarme un cuchillo, lo haría. Pero si me agarra un policía, pensaría que es para robar y no para defenderme. Solo por eso no lo llevo".

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