Coronavirus en Argentina: es docente jubilada y viaja “como sea” para ayudar a los perros de un refugio

Lilian Rosso (58) es voluntaria de El Campito. Consiguió un permiso para poder ir día por medio a darle comida y compañía. “Son mi vida”, dice.

El refugio de perros El Campito, en Monte Grande, cumplirá 11 años en noviembre. Tiene una población de unos 600 "camperitos" y es pionero en ser un albergue de puertas abiertas que defiende, también, a los perros discapacitados. Sus habitantes, entonces, no pueden esperar para comer, tomar la medicación y sentir el cariño de sus cuidadores o de los voluntarios que se acercan a estar con ellos cada fin de semana. En plena cuarentena por el coronavirus, estos animales no podrían subsistir sin que alguien se ocupe de ellos.

Coronavirus en Argentina: es docente jubilada y viaja “como sea” para ayudar a los perros de un refugio

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Ahí aparece Lilian Rosso (58). Es una docente jubilada que “como sea” viaja desde Bella Vista entre dos o tres veces por semana para perros en carritos a ruedas que pueden haber hecho un mal movimiento y quedar horas “volteados”, otros que necesitan que se les abra la mandíbula para tomar anticonvulsivos y, todos, esperando que alguna persona llegue con caricias. Ella es voluntaria, también, en cuarentena.

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“Soy voluntaria desde marzo del 2010. Ademas de ir a todas las visitas de los sábados o primeros domingos de mes, siempre fui en la semana para ayudar en atender caniles, vendar, poner a los discapacitados en carritos, varias tareas”, cuenta a Clarín con humildad, como si eso lo hiciera toda la Argentina. Y no pasa.

Hace 3 años, junto a Bettina Verdaguer, que acaba de ser asignada directora de El Campito, creó la Unidad de Cuidados Intensivos. Para ayudar con alimento especial y comida casera a los perros que estén más débiles o con alguna patología que lo amerite.



Uno de los animales que asiste Liliana Rossello (58) en el hogar de perros El Campito.

“Suelo ir dos veces por semana martes y jueves y en algunas oportunidades, lunes, miércoles y viernes. Cuando comenzó la restricción para circular, por lo lejos que vivo y todos los retenes, desde el Refugio me elaboraron un permiso especial y allá voy, día por medio a para ayudar en lo que se necesita”, cuenta.

Pasa “muchos nervios” en cada retén y, a veces, con esperas de una hora. “Pero por suerte, al final siempre tuve muy buena onda, ya sea de Gendarmería o Policía que son quienes me solicitaron DNI y permiso”, sigue Lilian.

Al día siguiente de esta charla volvería a viajar hacia el refugio. Se le rompió la camioneta pero ella iba a ir igual, en transporte público. Volvieron los nervios por temor a que la detengan, pese sus permisos, privados y desde el Ministerio de Transporte. Pero llegará.

“Para muchas personas ellos son parte de sus vidas. Para mí, son mi vida misma”, concluye.

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