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Boca venció a Newells 1 a 0.

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Futbol.

En Rosario, tuvo la decisión de convertirse en protagonista y le ganó a Newell´s a cuatro minutos del final, con un gol de Mouche; sumó su tercer partido sin que le conviertan y entregó señales como equipo.
Por Ariel Ruya
Enviado especial

ROSARIO.- Saborear una victoria casi en el último suspiro; resolverla con una exquisita asistencia de un goleador, sellada por un delantero que apenas había entrado en acción algunos minutos antes; imponer su estela en un escenario esquivo y arañar el liderazgo con ese gran impulso es lo más parecido a la felicidad futbolera. Tan efímera, tan esquiva es que habría que frenar el tiempo en este mismo instante y quedarse allí, contemplándola, admirándola como si se tratase de un niño con juguete nuevo en su día. Boca sabe de historias exitosas: su reseña es demasiado soberbia. Sin embargo, en los últimos años, despistado entre fracasos, desorientado en el mal de los poderosos que hasta ayer nomás se exhibían pequeños, tan diminutos como vulnerables, el equipo xeneize debe estar engolosinado en contemplarse en las alturas de un nuevo torneo. Es cierto: van apenas tres episodios; no es demasiado. Y sus desempeños no permiten abrir un champagne y rociarlo entre sus seguidores, como si se tratase de un campeón de la Fórmula 1. Lo suyo, por estas horas, es apenas una cristalina y saludable agua mineral que refresca, que quita la sed, que da vida. Allí apunta el tiempo de hoy. Detrás de la victoria, de la cima, de la exquisita y agónica definición, se descubre una tendencia: Boca se está pareciendo a un equipo.

Está dejando ese lacerante espejo de seguir siendo "un conjunto en formación". Julio Falcioni lo sabe. Y la mayoría de sus viejos soldados, también. Hasta las nuevas caras lo comprenden: Boca se está escapando del tubo de ensayo. Su cuerpo no está aprisionado: ya salió la cabeza, muestra los brazos, abre las manos. Casi, casi, es un conjunto con una identidad definida, que se defiende, primero, sin que aquello sea una vergüenza para paladares negros que van desapareciendo en el tiempo. Crece, de atrás hacia adelante, como analiza algún párrafo perdido de un viejo manual futbolero. Orion ataja como debe atrapar balones un guardavalla de equipo poderoso: dos pelotas influyentes y mil centros. Los zagueros son rústicos y lentos: es verdad. Pero no los pueden pasar. Ni por arriba, ni por abajo. Se afirma por las bandas; cree en Riquelme, aunque el tiempo transcurre para todos. Y en las alturas, Viatri no sólo ensaya definir los partidos: se disfraza de enganche porque suele tener ojos en la nuca. Ya era el mejor de su equipo a los 41 minutos del segundo tiempo, con un tremendo remate que Peratta lanzó al córner o cuando un cabezazo con destino de gol fue frenado en la línea por Pellerano.


Era el mejor del partido cuando una sutileza con la pierna izquierda descubrió a Mouche en posición de número nueve, en la posición de Viatri. El mundo del revés se selló con una definición de derecha del díscolo atacante; cruzado, imposible de tapar. Se asemeja a la felicidad misma (si es que existe, si es que no es sólo un espejismo pasajero) ese gol, ese triunfo, este regreso al protagonismo. Como para Newell's tiene el sentido del dolor más exagerado: perder en su casa, casi en la última bola, debería dejar, en realidad, una enseñanza: mereció un cero inmenso. Detrás de la derrota, su juego colectivo y sus individualidades no permiten aprobarle casi nunca materia. Aun empatando.

En un juego parejo y chato, en un espectáculo que ganó electricidad en algunos pocos monólogos que parecían salidos de otro escenario, casi siempre Boca tuvo la decisión de convertirse en el protagonista. Cuando defendía, le enseñó a Newell's su versión más utilitaria. Cuando movió con cierto entusiasmo el pesado andar de un medio campo superado en años, también le indicó a Newell's que había que abrir el juego, que había que tener sorpresa. Y cuando pisó el área adversaria, creyó que el gol era posible, aunque haya tenido muy pocas ocasiones de cierto riesgo. Newell's hizo lo contrario: Figueroa pareció jugar en una calesita; entre vueltas y mareos, terminó de confundir hasta al escurridizo Sperdutti.

Boca no es un equipo divertido. Boca no es un conjunto vistoso. Tampoco, uno de esos elencos que se conocen de memoria, destinados a algo más que un semestre de ensueño. Boca se convirtió en algo más valioso: Boca es, al fin, un equipo.

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