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Bar el Túnel, un Cásico de La Paternal

Desde 1968, el bar Túnel está ubicado en Juan B. Justo y San Martín, tiene entrada por dos calles y es un paso obligado para los habitués.

El bar Túnel tiene entrada por Paysandú y por la avenida Juan B. Justo, en el barrio de La Paternal. Leandro Boga Mosquera, tiene 83 años y es el dueño de este lugar característico, lo llaman Gerardo, el gallego, All right, Raphael (por su fanatismo por el cantante); le han dicho Cacho, por su parecido a Jorge Fontana, desde 1968 recibe a sus clientes con bandeja en mano.

Bar el Túnel, un Cásico de La Paternal




Leandro nació en Lestrove, un pequeño pueblito en La Coruña, Galicia. Desde muy pequeño fue un apasionado de la música. "En abril de 1954 me vine a Buenos Aires porque en España me había quedado huérfano: a mi padre nunca lo conocí y mi madre murió cuando tenía doce años. Uno de mis hermanos ya se había instalado en Argentina y me llamó para que venga vivir con él. Extrañé mucho cuando vine, los dieciséis años los cumplí acá en el barrio. Soy semi analfabeto, porque nunca pude terminar mis estudios", cuenta Boga a La Nación.

Tras el viaje, se instaló en Parque Chas y su primer empleo fue como mozo del turno noche, en la emblemática esquina San Juan y Boedo. En el bar solía haber competencias de billar y era frecuentado por Ezequiel Navarra, el destacado campeón mundial de billar. A la madrugada, cuando terminaba su horario laboral, se tomaba el colectivo y siempre se sorprendía con la concurrencia del boliche "Diego" ubicado en el cruce de las avenidas Juan B. Justo y San Martín.

"Quería trabajar ahí. Me presenté, hacía falta personal y quedé. Como mozo era un genio, los clientes se divertían con mi carisma. La Paternal era un barrio de muchos artistas. Atendí a Pedro Quartucci, Osvaldo Piro, Adriana Salgueiro, Mirtha Legrand, Julio Sosa, Zulma Faiad", recuerda Leandro.

Con los años, los antiguos dueños del bar vendieron la propiedad y se instaló allí Torino Norte. Con el cambio de firma, Leandro junto a otros mozos y cocineros se quedaron sin empleo. "El relojero del barrio me aconsejó que ponga un bar y me mencionó que había un local a estrenar con dos entradas. Convoqué a cinco de mis compañeros que se habían quedado sin trabajo para que armemos algo juntos", dice y admite que en el momento de pensar el nombre al principio iban a ponerle "Real Madrid", pero su hermano y otro de los socios sugirieron llamarlo El Túnel al ser un local con doble entrada: Avenida Juan B. Justo 3951 y Paysandú 1851.

Así fue como un 27 de abril de 1968, abrieron las puertas del local. "En esa época el bar fue un éxito. Vivíamos seis familias de los ingresos, no cerrábamos nunca. Venías a las cuatro o cinco de la mañana y no había una silla vacía. Siempre me encargué de la atención de los clientes. Bueno y a escribir letras y cantarlas en el salón. Tengo chispa. La verdad que el canto me dio mucho rendimiento porque acá venía mucha gente. De noche el público se reía más, había otra alegría, era otro país también".

Una de las especialidades de la casa es el sándwich "El Túnel" en pan de miga y con morrones, entre otros ingredientes. "Ese sándwich salía muchísimo, los clientes no se cansaban de pedirlo. Tal es así que Daniel Riolobos siempre venía a buscarlos antes de presentarse con su orquesta", afirma.

El Túnel siempre fue un bar tanguero. Solían frecuentarlo Osvaldo Pugliese, Leopoldo Federico, Alfredo de Angelis y Osvaldo Piro, entre otros. Por las mañanas al fuerte de la casa siempre fue el café con medialunas y por las noches la gran estrella era el whisky. "Era impresionante lo que se trabajaba en esa época. Estábamos abiertos todo el día y sin corte. A las seis de la mañana se juntaban los que venían a desayunar y los que habían estado bebiendo toda la noche. No dábamos abasto", cuenta y recuerda esas épocas gloriosas con nostalgia. Además de gran variedad de sándwiches ofrecían platos típicos españoles como pulpo y besugo a la vasca.

Con su indiscutido carisma Leandro es conocido en todo el barrio. "Me gusta la bandeja, el trato con la gente y hacer feliz a mis clientes", admite. Con la pandemia el local estuvo algunos días cerrado, pero Leandro extrañaba su rutina, los ruidos y el aroma al café recién hecho. Karina, su hija, empezó a darle una mano en el negocio. Modificaron los horarios: abren de 8 a 16 horas, sumaron café para llevar y sandwichería (tostados, pebete, milanesa y hamburguesas), sin embargo, aseguran que las ventas del delivery y take away son mínimas.

"Papá es el alma del negocio. La vida de él es esto: sabe el secreto de cada cosa, cuanto comprar, cuánto rinde. Entre cerrar y no vender nada dijimos abramos, pero no es un negocio que funcione con el delivery. Hemos tenido dos llamados como mucho. Nuestra clientela de toda la vida quiere venir y sentarse a tomar el café acá", admite Karina a La Nación, que quiere incorporar algunas tortas clásicas para acompañar el café y ya preparó las mesas en la vereda. Por su parte, Leandro agrega: "Hoy se vende muy poco, no haces diferencia. No podés vivir del negocio. Uno no quiere abandonarlo porque es una historia de más de 50 años".

El bar conserva su estética desde 1968. Paredes con azulejos de distintos colores, mostradores, barra y también la heladera antigua que es la misma desde la inauguración. Sobre la mesa Leandro tiene algunos recuerdos: la tarjeta de invitación de la apertura del bar, una foto con corbata y llevando una bandeja con bebidas; otra con sus nietos, entre otros tesoros familiares. "Ojalá pronto vuelva todo a la normalidad y pueda reencontrarme con los clientes en el salón", concluye.

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