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Villa-Devoto

Pasaron 40 años del incendio, y sigue la investigación por la masacre en Devoto

Al menos 64 presos murieron por el fuego y el humo en 1978; en los últimos días se aprobó el traslado de la única cárcel que se mantiene en la ciudad de Buenos Aires.





Hugo Cardozo es de las personas que puede decir, sin exagerar, que vivió un infierno. El 14 de marzo de 1978, en el pabellón séptimo de la cárcel de Villa Devoto, un incendio de colchones provocó la mayor tragedia en ese penal, cuyo traslado a Marcos Paz fue anunciado por el Gobierno. Fueron 64 los presos que, según los cálculos oficiales, murieron por el fuego o por el humo. Más de 40 años después, el Juzgado Federal 2 de Comodoro Py, a cargo de Daniel Rafecas, tramita la causa que investiga aquel hecho, no como un motín o un incendio accidental, sino como una masacre evitable caratulada como crimen de lesa humanidad. Cardozo fue el primer querellante y uno de los encargados de buscar y encontrar a sobrevivientes. "Esta mochila la voy a cargar hasta que me muera -dijo a LA NACION-, pero quiero demostrar la verdad y juzgar a los responsables. Eso es lo que me da la energía para seguir luchando y soñando con un mundo mejor".

La unidad del Servicio Penitenciario Federal alberga hoy a 1836 detenidos, que serán trasladados a Marcos Paz una vez que sea construido allí el nuevo complejo carcelario. Parte de la historia de la cárcel de Villa Devoto empezó a cerrarse el jueves pasado, cuando la Legislatura de la Ciudad aprobó el convenio firmado entre la administración porteña y el Ministerio de Justicia de la Nación. Sin embargo, otras heridas quedan aún abiertas en la causa judicial que investiga lo ocurrido el 14 de marzo de 1978.

Todo empezó la noche anterior. Los presos estaban en el comedor del pabellón viendo una película cuando un guardia les ordenó apagar la televisión. El Pato Tolosa, uno de los reclusos más "viejos", contestó que no lo iban a hacer porque todavía estaban en el tiempo permitido. Cardozo, que tenía 19 años y purgaba una pena por el robo de un auto en la provincia de Buenos Aires, guardó el equipo de mate y volvió a su celda. Se acostó esperando la represalia de los penitenciarios. Nunca imaginó que iban a llegar a tanto.

"A las tres de la madrugada -recordó- abrieron la puerta del pabellón pero no se animaron a entrar. Eran seis o siete. Querían que salgamos, pero ninguno de nosotros iba a ir porque en esa época te podían desaparecer. Nos dijeron que a la mañana ya íbamos a ver".

Una trampa mortal



De acuerdo con el relato de Cardozo, escuchado antes por la Justicia, antes de las 8 se inició una requisa con unos 80 agentes -lo habitual es que sean unos 30- que ingresaron al pabellón con palos, cadenas y fierros. Algunos presos fueron puestos de rodillas y golpeados en la cabeza. Cuando el resto del pabellón comenzó a defenderlos, los guardias retrocedieron hasta la "pasarela" (el pasillo que da a los ingresos) y desde allí comenzaron a disparar con ametralladoras y lanzar gases lacrimógenos.

"Al principio eran ráfagas cortas -contó Cardozo-, pero luego comenzó el fuego a discreción. Nos estaban cazando como a patos. Para defendernos les tirábamos pilas, radios, papas, cualquier cosa que tuviéramos a mano. Hasta que a alguien se le ocurrió taparles la visión del pabellón clavando los colchones en las rejas. Lo hicimos y en determinado momento vi que uno de los guardias patea un bidón de querosene hacia los colchones. Ahí se desató el infierno".

Cardozo dice que aún recuerda uno de los colchones ardiendo y luego a la llama bajando hasta el piso. Después hubo una explosión y el fuego llegó hasta el techo. "El humo espeso te comía los pulmones, el calor te ampollaba la carne, nos colgábamos de los barrotes para intentar respirar por las ventanas. Entre los gritos escuchaba que seguían tirando con armas largas. Creía que me moría, pero Dios me iluminó. Alguna vez había leído en una revista la historia de alguien que se había salvado de un incendio envolviéndose en ropa mojada y tirándose al piso boca abajo. Mojé una toalla en el tacho donde tirábamos la yerba usada, me acosté en el piso y me entregué", explicó.

Cardozo se despertó a las tres horas. Escuchaba alaridos e insultos. Vio las rejas azuladas por el fuego. Caminó entre cuerpos, entre otros presos que saltaban de dolor mientras se les caía la piel a pedazos. Como pudo llegó al baño y se abalanzó desesperado contra una canilla. Habían cortado el agua.

"Muchos se habían escondido debajo de las camas, pero el fuego hizo que los fierros se convirtieran en parrillas. Todavía no puedo sacarme de la cabeza el olor de esos cuerpos chamuscados, era carne humana asada. Era todo tan terrible que pensé: por qué no tuve la suerte de morirme".

Para Cardozo, la masacre fue planificada por la dictadura. En esos años, la cárcel de Devoto dependía del Primer Cuerpo del Ejército y allí estaban alojadas más de 1000 presas políticas. "El mundial estaba cerca y había que dar el ejemplo. Nos eligieron a nosotros para disciplinarlas a ellas".

En marzo de 2013, Cardozo junto con la abogada Claudia Cesaroni se presentaron en el juzgado Federal N° 3 de Daniel Rafecas, quien llevaba todas las causas del Primer Cuerpo de Ejército, para exigir que se considerara el caso como delito de lesa humanidad. En primera instancia, Rafecas rechazó el pedido argumentando que había afectado a presos comunes, no políticos, y que debía continuar en la justicia ordinaria. Otros organismos de Derechos Humanos se sumaron al pedido de los sobrevivientes y un año más tarde, la Cámara Federal porteña resolvió que la Justicia Federal asumiera la causa y que las muertes del pabellón séptimo de la Unidad 2 del penal de Villa Devoto fueran investigadas como crímenes de lesa humanidad.

Hoy la causa está a un paso de habilitar una serie de excavaciones en el predio de la cárcel a fin de localizar los restos de presos que nunca han sido identificados.

Por: Gastón Rodríguez

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