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La murga recorre los barrios.

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Solo en algunos barrios la convocatoria ronda las 3.000 personas. Y muchas “murguitas” desvirtúan a las más tradicionales. compartimos un recorrido de Flores a Soldati. Códigos y costumbres.
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24/2/14

El primer corso fue en Flores, y más que nada, sirvió para entrar en calor: los murgueros superaban a los espectadores. Pero ahora, son las ocho de la noche del sábado y Los Mocosos de Liniers, una murga nacida en 1953, en un bar de los de antes, se preparan para el segundo show, en La Paternal. Arriba del micro, esperando la orden para bajar a bailar, hay quienes se secan la transpiración con toallas y otros que del desodorante que se pasan, hacen toser al resto. Son tres micros: uno de hombres, otro de chicas, y el último de “las mascotitas” con sus padres. Los instrumentos viajan en dos camionetitas. Son trece bombos con platillos. Y nada más. Los Mocosos son tradicionales, como la verdadera murga porteña: no utilizan ni redoblantes, ni zurdos, ni trompetas, como otros. Y son murgueros, y no corseros, que es muy distinto. Es una murga que no organiza corsos.

“Esto es lo que te mata. Estar parados, enfriarse”, dice Carlos Linares y todos le dan la razón. Carlos llegó a la murga como la gran mayoría de sus integrantes: por la familia. Llevó a sus hijas, y un día le dijeron si se animaba a cargar con el estandarte. Y hoy está aquí, con la familia completa: su mujer y su yerno también participan.

De repente, llega una mala noticia. Alguien avisa que no están en la lista de las murgas que desfilarán en este corso; que estaban y los cambiaron por las lluvias que suspendieron los primeros fines de semana de carnaval. Ahora hay que hacer tiempo: aún queda una presentación en el restaurant de un club de Liniers y el cierre a la 1 de la mañana, en el corso de los monoblocks de Villa Soldati. También hay que comer: en algún auto andan las empanadas que cocinaron ellos mismo, el viernes a la noche.

Los murgueros viejos cuentan, arriba del micro, que las mujeres recién se sumaron con el regreso de la democracia. Que antes, la murga era de hombres: se subían a un camión, cargaban los instrumentos, las damajuanas de tinto, y que era muy común que cada agrupación tuviera a varias travestis bailando. A fines de los 90, el Gobierno de la Ciudad comenzó a bajarles un presupuesto anual. “Por eso te vas a encontrar con muchas murgas que se crearon en el 2000, 2001”, agrega Fermín Corredoira, director de Los Mocosos. “Pero no te alcanza para todo: nosotros hacemos presentaciones durante el año y otras movidas para recaudar y llegar con todo al carnaval”. El aporte del Gobierno hizo que sea mucho más simple armar una murga; que algunos barrios tengan cuatro o cinco murgas. Así, por eso, hay algunas de apenas 30 integrantes que hacen que se pierda un poco la esencia de las más tradicionales: no representan a ningún barrio, practican en salas de ensayo, y suman a su murga instrumentos jamás vistos en los carnavales porteños.

Los barrios más murgueros son Boedo, Villa Urquiza, La Boca, Almagro. Ellos tienen los corsos más convocantes: de 2.000 a 5.000 mil personas. Y murgas con seguidores, que averiguan por Internet dónde se presentan, como si fuese su equipo de fútbol. Los antagónicos son Recoleta, Barrio Norte, Belgrano, Núñez, Devoto, Agronomía. Allí, este año, no hay corsos.

Los Mocosos no pueden presentarse en La Boca, porque sus colores son rojo y blanco, ni en Mataderos, porque se supone que al ser de Liniers, todos son de Vélez. A muchas murgas les pasa lo mismo. Las de La Boca no van a Núñez o las de Floresta, a Villa Crespo, Saavedra o La Paternal. “En las reuniones, se planteó que las murgas quiten los escudos de los trajes”, dice Demián Alvarez. “Pero a nosotros eso nos ayuda: hay escudos de muchos clubes, y eso hace que el resto se entere que la mayoría no es de Vélez”.

Después del show en el restaurant del club El Ferroviario, a Soldati. Las murgas, los corsos, tienen eso: te pueden llevar de una punta a la otra, integran y no discriminan. Hacen que los vecinos de barrios como Soldati tengan el mismo espectáculo, con los mismos artistas, que los corsos de Palermo. Y por eso, justifican murgueros y organizadores, hay tantos corsos diseminados por los barrios.

El escenario es un camión. A menos de diez metros de los murgueros que cantan, pasan los autos por la autopista. Los que no bajaron, miran desde los balcones de los monoblocks. Los organizadores, todos vecinos y con las camisetas de Sacachispas, están pendientes de todo: de acercarles agua o de recomendarles a los choferes dónde estacionar los micros o señalarles qué calles tomar. A las dos y pico de la madrugada, el show termina. El animador anuncia que aún hay dos murgas más esperando por salir. Y dice: “Esto es para vos, Tiësto, (por el famosísimo DJ holandés que se presentó la noche del sábado en Lugano) que estás del otro lado de la Autopista. Esta, la de los monoblocks de Soldati, también es fiesta; es la fiesta ‘Ultramurga’”.



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