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Agustina Cherri: “La técnica para llorar es mía, no me la enseñó nadie”.

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Autodidacta, debutó en TV hace 23 años. Ahora, después de cuatro de ausencia, volvió para protagonizar “Mis amigos de siempre”. Niega haberse separado de Pauls y tener un romance con Cabré.
La técnica para llorar es mía, no me la enseñó nadie
La técnica para llorar es mía, no me la enseñó nadie.   
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14/1/14

Empezaste hace 23 años en televisión. Dentro de siete ya tendrías los aportes como para jubilarte.

Sí, es un flash. El otro día lo hablábamos con mi vieja, que se jubiló. Es que arranqué muy chica.

¿Qué cambió en estos 23 años en la televisión?

Uf, mucho. Me doy cuenta ahora que volví a trabajar después de cuatro años. Fundamentalmente, lo que genera el rating. Antes no se estaba tan pendiente. Ahora te tomás un taxi y el taxista sabe cuánto midió el programa. Todos están mucho más atentos a esa especulación en vez de ponerse a laburar y ya. Son muy pocos los actores a los que no les interesa el rating. Está bien que de eso depende la fuente de trabajo, pero todos son productores y quieren ver de qué manera pueden modificar las historias para mejorar las mediciones. Antes era: los autores que escriban, los productores que produzcan, los directores que dirijan y los actores que actúen.

Hay una obsesión por el rating y a la vez se ve cada vez menos televisión de aire. ¿Vos mirás?

Muy poco, porque no tengo mucho tiempo: estoy doce horas acá (en Pol-ka), después llego a casa y tengo dos hijos...

¿Y en esos cuatro años en los que no trabajaste?

Miraba, pero no soy de engancharme con una novela. La que vi fue la serie The Walking Dead. Tremenda. A nuestro programa (Mis amigos de siempre, a las 22, por El trece) lo estoy viendo. Y la paso bien. Pero porque estoy laburando yo. Si no, no sé si lo vería.

¿Y acá cuándo se podrá hacer un “The Walking Dead”, una “Breaking Bad”?

Y, qué sé yo. Es complejo. A mí me encanta la televisión que se hace en la Argentina, pero el condicionamiento de las mediciones no deja que uno pueda desarrollar bien un proyecto. Y supongo que el presupuesto no da para tener a los autores seis meses o un año preparando una serie. No sé cuánto tiempo tuvieron los autores de este programa, por ejemplo, para desarrollar el contenido. Allá está todo pensado desde el principio hasta el final y acá vamos día a día, viendo qué funciona, qué historia pega, si se va para el lado de la comedia o el drama. Hay que tener mucha cintura y eso hace que el producto final no pueda tener ese nivel.

¿Tira diaria mata calidad?

Claramente el hecho de tener un programa al aire todos los días obliga a tener un ritmo de trabajo donde uno no se puede detener. Es como si laburases en vivo: vas y vas. Sí tenés la revancha de que todos los días podés mejorar. A mí me encantan las tiras: toda la vida laburé en programas diarios, es un lugar donde me siento cómoda. Pero a veces llegás a tu casa y tenés cuatro o cinco libros abiertos de capítulos distintos. Decís: “¿De dónde vengo, a dónde voy? ¿Yo acá estaba casada o ya me había separado?”. Es un ejercicio de cintura que está buenísimo, no quiero desmerecerlo. Es como barrenar una ola. En Mis amigos de siempre, donde hay tantos personajes y tantas historias cruzadas, creo que nadie sabe quién va a terminar con quién, qué va a pasar. El público va a delinear qué es lo que quiere. A los personajes los vas forjando en el día a día, porque no tenés ni idea. Yo empecé a grabar y sólo había leído cinco libros.

Por ese apuro, la televisión tiene mala prensa entre los actores. ¿Por qué reincidiste?

Después de haberme retirado estos cuatro años para criar a mis hijos, ya sentía la necesidad de volver. Ya tienen 4 y 2 años, y tienen su rutina, abuelas, su padre, colegio. Y también porque todos los años me han llamado de Pol-ka y de Telefe para proponerme algo. Siempre tuve trabajo, mi vida laboral fue tira tras tira, pero esta vez sentí que no me podía seguir haciendo la canchera diciendo que no, porque éste es un medio muy exitista y no me iban a llamar más. Me hice la loca durante cuatro años porque trabajé desde los seis, junté guita y pude tomarme ese tiempo, pero no me podría tomar diez. Tengo que laburar. Y acá estoy, doce horas diarias metida dentro del baile.

¿Cuál es la mejor manera de promocionar un programa de televisión: decir que los actores están todos peleados, o que se llevan tan bien que hay romances entre todos?

Eso tampoco existía antes. Ahora hay un auge de los programas de chimentos. Antes estaba Lucho Avilés, que tiraba una bombita cada tanto, pero estaba todo mucho más cuidado. Ahora parece haber una necesidad de información del espectáculo que lo pide. No me gustaría generalizar y afirmar que todo lo que se dice es un invento para promocionar programas, pero es innegable que hay toda una movida. Yo no sé si sirve o no como promoción. Porque del programa no se habla, se habla de quién garcha con quién, y no sé si eso hace que la gente a las 22 diga “entonces lo veo”. Quizás el programa está más en el boca a boca, pero ¿hasta qué punto? No sé si suma. Tampoco creo que todo sea tan calculado. Son cosas que pasan. Uno trabaja en este medio y en estos últimos años tiene que saber que esas cosas pueden suceder.

Vos sos autodidacta. ¿Es una prueba de que las escuelas de teatro son un curro o de que alcanza con ser lindo para estar en televisión?

Ninguna de las dos cosas. Yo arranqué desde muy chica sin saber que mi vida se iba a tornar en esto. A los 6 años, Flavia Palmiero era mi ídola y quería bailar con ella. Fui a un casting de tres mil nenas y, varita mágica o suerte, fui elegida y ahí arranqué. Después me llamó una productora para actuar y, haciéndolo, fui descubriendo qué era lo que quería hacer el resto de mi vida. Trabajaba, iba al colegio (porque era una nena) y, en la época de Chiquititas, fines de semana teatro, gira, disco... No había tiempo real para estudiar teatro. Fui tomando cosas de cada uno de mis compañeros para armar mi propia estrategia. La técnica para llorar es mía, no me la enseñó nadie.

¿Y nunca te dio curiosidad cómo serían las clases de actuación?

A los 15, con Tomás Fonzi, dijimos “vamos a estudiar teatro”. Fuimos a una escuela y era un mundo donde lo único que hacían era modificar las herramientas que yo tenía. Y vi que estaba bien como estaba. Tuve miedo de perder lo mío al querer incorporar algo nuevo.

Qué raro que a los 20 años no hayas explotado y no hayas terminado como en una de esas historias trágicas de niños actores.

Conozco a muchos que empezaron desde muy chicos más por deseo de los padres que propio, y eso claramente no se sostiene. Yo realmente descubrí qué era lo que me gustaba. Mis padres siempre me apoyaron, pero con el colegio como prioridad. No me dejaron dar libre: cursé hasta quinto año, desde las siete de la mañana hasta las dos de la tarde. De ahí me iba a grabar y llegaba a casa a las diez de la noche. Fue muy sacrificado, pero eso me ayudó a mantenerme con los pies sobre la tierra.

¿No te estigmatizaban en la escuela por estar en televisión?

Sí, claro. Imaginate en la época de Chiquititas, yo iba al colegio y era un bomba. Pero eran mis compañeros de primer grado: cuando la bomba explotó, ya me conocían. Si bien no tuve una infancia como la de cualquier niño, llegaba el recreo y era una nena más, aunque no compartía las salidas y los cumpleaños porque laburaba. Y los chicos hablaban de cosas que me parecían una huevada porque yo tenía que ver si iba a firmar contrato o no para el año siguiente. Pero si faltaba porque estaba cansada, mis compañeras me pasaban las carpetas porque me entendían. Si tuviera que repetirlo, lo volvería a hacer porque lo disfruté.









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