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El sábado, en su segunda visita al país, la banda de Damon Albarn demostró por qué es una de las mejores.
5/11/13
Allá por noviembre de 1999, Blur aterrizó por primera vez en Ezeiza trayendo sobrecarga de conflictos. Un cantante recién divorciado, un guitarrista alcohólico, un bajista asqueado de las giras y un baterista decepcionado con el rock, conformaban un cóctel endemoniado para héroes de un movimiento (el Britpop) que intentaban conquistar nuevo territorio. A pesar de que su segundo concierto fue encomiable, aquellas dos noches en el Luna Park presentaron a un grupo que se desangraba por dentro.
Catorce años después, los que pisan la Ciudad del Rock son cuatro tipos que se amigaron con su pasado, que están allí porque se sienten hermanados, humana y artísticamente. Esto, sumado a un puñado de discos que resistieron estoicos al paso del tiempo, ayudó a que Blur ofreciera uno de los mejores conciertos que vimos los argentinos en la última década.
A pesar de las desventajas del lugar (incomodidad para llegar e inseguridad a sus alrededores), el sábado casi treinta mil almas le dieron color al Quilmes Rock y vibraron con una de las mejores bandas de Inglaterra. En vivo, Blur es una experiencia única. Desde el carisma con el que Damon Albarn maneja a la masa, hasta el buen gusto y el nervio que Graham Coxon impone desde su guitarra, sumados al groove demoledor que Alex James y Dave Rowntree imprimen con sus bases de bajo y batería, los ex rivales de Oasis invitan a un paseo por todos los estados que una ceremonia colectiva (llámese fiesta) puede deparar. Sin forzarlo, Blur pasa del ritual disco (Girls & Boys) a la adrenalina (PopScene) y de ahí a la calma (Out Of Time), la experimentación (Trimm Trab y Caramel), la balada épica (To The End) o el pop saltarín del manual de Madness (Country House)… ¿Cuántas bandas pueden sostener tantos climas con personalidad, sin sonar forzadas y con grandes canciones?
Así, delicadamente apoyado por una sección de vientos y un ensamble coral, el cuarteto fue metiendo la nariz en cada uno de sus siete álbumes de estudio. Los momentos más inspirados de la velada estuvieron sujetos a clásicos como Beetlebum y Coffee & TV, que fundió su final con estrofas de Satellite Of Love en homenaje a Lou Reed. El karaoke masivo se activó con Tender, donde Albarn cumplió el sueño de una chica que le mostró un cartel en el que le pedía cantarla con él.
Los bises con Under The Westway, For Tomorrow, The Universal y Song 2 le bajaron el telón al show. Antes habían brillado Café Tacvba y Richard Coleman, pero la ovación se fue para Londres.
