Jerónimo Saer: el artista parisino se instaló en Almagro.
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ESPECTACULOS.
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De la Torre Eiffel al Obelisco, el artista parisino se instaló en Almagro y presenta su nuevo CD: “Champagne y Dulce de leche”. La sangre, la historia, el barrio de la infancia, los destinos recorridos, las palabras, los idiomas, los sonidos, las texturas, las melodías, los sueños: todos los colores se combinan en el prisma de Jerónimo Saer.
 Jéronimo Saer.
28/5/13
En Champagne y Dulce de leche, su flamante segundo disco, construyó un ecléctico túnel musical entre Francia y la Argentina, con tonos de tango, hip hop, electrónica, sonidos de objetos y samplers. Jerónimo -que lleva en la mirada el ADN de su padre, el célebre escritor santafesino Juan José Saer- hoy es un porteño más instalado en Almagro, aunque meta un voilà cada dos palabras, y montó en paralelo un proyecto cultural llamado Globo Music, una propuesta artístico educativa para niños. ¿Qué te trajo hasta aquí? Una mezcla de mi historia familiar me volvió a traer desde hace años. Mis padres son de aquí, a pesar de que yo nací y viví toda mi vida en París. Hay una intención profesional, saqué aquí mi primer disco, Machine Gumm (2007). En 2009 empezamos a hacer talleres musicales con niños y encuentros interculturales. Cada vez venía más seguido, y decidí instalarme acá y traer mi sueño. Simplemente tenía ganas de vivir acá. Hundirme en mis raíces. Me encantó el ambiente, lo siento de manera física. La tranquilidad mental de salir de tu mundo desarrolla la creatividad. ¿Cómo son esos talleres? Globo Music (www.globomusic.org) es un proyecto para trabajar en los barrios, con niños, en una propuesta educativa y artística cuyo lema es Paz, Unidad, Amor y Diversión . El comienzo es un taller sonoro musical instrumentos y objetos. Componemos música y en paralelo montamos un concierto intercultural fusionando las dos propuestas en un evento final. Ya giramos por Argentina y América Central. Y, a pesar de que soy un artista egocéntrico, que en el mejor lugar que puede estar es un escenario con mucha gente, esos conciertos íntimos son casi mis mejores recuerdos, momentos muy fuertes. No sé que fruto dará en los chicos, es un grano de arena en una vida. ¿Cómo describirías los ingredientes de tu música indefinible? Cada vez menos la puedo definir. Yo soy un rapero, vengo del hip hop, pero con un espíritu muy ecléctico que suma electrónica y hoy va mucho más lejos. En Champagne y Dulce de leche, que se llama así porque lo empecé allá y lo terminé acá, tengo temas con letra, sin letra, con invitados, mezclando máquinas, sonidos de la calle, instrumentos y objetos, en inglés, español, francés. Me gusta agregarle vida a la música, colores musicales de mis viajes, sonoridades. Al final tiene su coherencia, que es la mía y la de la gente que me acompañó, como Javier Malosetti, que toca en un tema cuya letra es un poema de mi padre, o Leonardo Martinelli. Es multilenguaje. Siendo rapero e hijo de escritor, fue sorprendente que tu primer disco no tuviera palabras… Yo fui el primer sorprendido. Iba a ser mi primer álbum de hip hop, pero me involucré tanto en la música que al final los temas se sostenían solos. Fue una duda durante mucho tiempo hacerlo así. Al final sentí que era un disco sin texto, y que la lógica de la composición le había quitado espacio al texto. Con respecto a mi padre, siempre traté de separar mi trabajo del suyo, no usar su nombre. Aunque ahora lo aprovecho un poco más (risas). |
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