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Villa-Devoto

Entrevista. Carolina Winograd. La cantante presenta hoy su disco debut.

Joven, tanguera, apasionada.


Cuenta que su abuela griega, Euridise, le debe al tango su aprendizaje del castellano y, como en una cadena de agradecimientos, ella le debe al género y a su abuela otro aprendizaje: “El tango no es tristeza, es fuerza. Yo canto y me hago fuerte”.


Tanguera.


La mujer que se fortalece cuando deja salir su voz grave es Carolina Winograd, abogada argentina de sangre rusa, polaca y griega, que llevó su canto a los Estados Unidos y a Israel y hoy lo hará en Los 36 billares.
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Criada en Escobar, se recuerda como una extraña niña que en lugar de escuchar a Los Parchis o a Carlitos Balá se deleitaba a comienzos de los ´80 con viejas grabaciones crujientes de Carlos Gardel o del “Polaco” Goyeneche. “Era una niña mártir”, se ríe. Hoy, a los 34 años muestra devoción por Virginia Luque. “Tengo el honor de haberla recibido por sorpresa en mi casamiento. Nunca me voy a olvidar el momento en que apareció con una copa en la mano cantando Destellos. Lloré más ahí que en el altar”, se emociona. Winograd decidió dejar salir esa vocación que “quemaba” recién a los 30 años. “En un karaoke, en medio de una fiesta de cumpleaños, me di cuenta de que disfrutaba cantando para otros. Un día me anoté en un concurso, el Pre Festival de Tango de Junín, gané y así me inicié”, explica. En 2010, en una milonga para la que cantaba, la descubrió un productor israelí y la invitó a actuar en geografías como el desierto del Néguev. La próxima invitación fue para cantar en una milonga en Chicago. En los Estados Unidos permaneció un año. Salpicó de tangos Miami, Orlando, Washington y otros puntos y terminó “asombrada” por el conocimiento que tienen del género los extranjeros. “En muchos casos son más conocedores que los propios argentinos”. Con un primer disco bajo el brazo, Pa’ que se callen , la rubia cuenta que eligió un repertorio que va desde canciones clásicas como Martirio (Enrique Santos Discépolo) a valses peruanos. Su elección responde a la experiencia de “sentir una letra como propia. Aún no me animo a componer. Y no cualquier repertorio calza en mi voz”. Winograd habla del tango y sus ojos parecen volverse fosforescentes. “De chica cantaba, pero sólo para mí. Esperaba a que todos se fueran de la clase para ver cómo sonaba en el aula vacía. Eso lo hacía hasta en la universidad. Hasta que un día un profesor me descubrió y me dijo, ¿ Ah, era usted la que cantaba tan apasionada ?”.
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