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Villa-Devoto

Arjona, como en su casa.


El guatemalteco encantó a sus seguidores con un extenso show.


Desde las 21, las clásicas olas en las tribunas fueron acompañadas por tormentas de gritos que irradiaban una histeria contenida por tres años. Había llegado la hora del show. Los alaridos dentro del estadio se replicaban afuera, por aquellas mujeres que corrían temerosas de no llegar a tiempo a la cita. No debían preocuparse. El las haría esperar.



Cincuenta minutos después de lo previsto, se apagaron las luces. La banda salió al escenario, que se presentó como un loft de dos pisos y comenzó a sonar "Vida", mientras una pantalla gigante sorprendió con una secuencia de imágenes que iban desde el Chavo del Ocho, Barack Obama y Los Simpson hasta un pesimista y sarcástico noticiero.
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La biblioteca del loft se abrió. Apareció Ricardo Arjona. Las 37.000 personas, en su mayoría mujeres, que agotaron las entradas para el primero de los cuatro recitales en Buenos Aires, lo recibieron con euforia. El guatemalteco se vistió acorde a la escenografía; estaba como en su casa: pantalones holgados, remera, chaleco y sacón oscuros, y zapatillas blancas.

Pero a las fanáticas poco les importaban cómo estaba vestido. Las veintidós canciones que quedaban por delante no alcanzarían para saciar su necesidad de Arjona. Desde los cinco recitales en Boca, tres años atrás, estaban esperando volver a verlo.

Sus nuevos discos Poquita ropa e Independiente coparon los primeros cuatro temas del show. Recién después, el guatemalteco comenzó con clásicos "Desnuda" y "Acompañame a estar solo" que fue cantada a dos voces: la de Arjona y la heterogénea, desafinada e incondicional de sus fanáticas.

En su nuevo disco, Arjona quiso hacer gala de su flamante independencia musical con canciones salidas del libreto. Por eso, se río de los eternos enamorados con su primer sencillo, "El amor" ("Hay mucha gente pendiente de encontrar al amor de su vida, tanto, que le llama amor de la vida al primero que pasa por ahí", comentó, en un monólogo casi de stand up). También le dedicó una canción a su madre, "Mi novia se está poniendo vieja", ante un estadio que por primera vez hizo silencio.

El escenario de repente se convirtió en un bar. Cuatro amigos alrededor de la barra intentaban mantenerse fiel al guión (tomar, reír), pero la felicidad se hacía evidente. Eran fanáticos de Arjona que ganaron un concurso para estar allí mientras él cantaba "Historia de taxi".

Luego, el cantante detuvo su mirada en la bandera más grande del lugar, en una tribuna alta, y le propuso a ese sector que enviara a una representante al escenario. "Tiene que tener 40 años o más", dijo, y el estadio se revolucionó. Después de cantar "Pingüinos en la cama", se sentó a su lado la "señora de las cuatro décadas" con la bandera y la remera estampadas con la cara de Arjona. El le dio la mano y le dedicó la canción. Ella no salía de su asombro. El público tampoco, pero de envidia. Las mujeres se aunaron en un reclamo por justicia y por la posibilidad de acercarse a él.

El supo cómo lidiar con el enojo fugaz de sus seguidoras, y el show continuó en un ambiente circense, en donde Arjona volvió a burlarse del amor y de la terapia de pareja, con "Reconciliación". En la satírica canción, incluso incorporó una línea porteña: "Y yo como un boludo con un globo de I love you en forma de corazón", cantaba, mientras sostenía un globo de helio con esa inscripción.

Para los bises eligió "Minutos" y"Mujeres"; la fórmula no falló. Las mujeres deliraron y lo despidieron saltando y cantando la canción dedicada a ellas.

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