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Bunbury, Una noche de bar, hecha canciones

Bunbury, Una noche de bar, hecha cancionesCompartir
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Enrique Bunbury en Ferro. El sábado, el ex Héroes del Silencio destiló melancolía con su disco “Licenciado Cantinas”.
El estadio de Caballito estaba ambientado para una velada íntima, con luces acomodadas irregularmente (que parecían caer sobre el escenario) y sólo tres columnas que sostuvieron esta cantina sonora. Y al frente, él, Bunbury, quien bajo la ovación de “¡Enrique, Enrique! “, escribió un repertorio lleno de melancolía en Argentina, muy lejos de la distorsión de Héroes del Silencio, la banda que lo encumbró como una de las mejores voces del rock en español.
La segunda fecha local reunió a 8.000 personas (el viernes tocó en el Orfeo Superdomo cordobés) y mostró una impecable figura de negro con un registro vocal intacto. Y la performance de Los Santos Inocentes, los músicos que grabaron con Bunbury el flamante Licenciado Cantinas, no se corrieron un ápice de su rol secundario, fieles laderos al rey Bunbury, quien los presentó como corresponde.
Las revoluciones de este show se cocinaron a fuego lento pero Quique no perdió jamás su histrionismo: agitó sus rulos como un poseso, hizo cantar a la gente en varios pasajes del concierto, marcó los golpes de batería y hasta imitó los movimientos de un boxeador en No me llames cariño con el clásico sombrero negro puesto. Y no dejó de señalar a sus músicos, cual director de esta orquesta etílica.
El tamborileo y la doble percusión de El anzuelo fue uno de los mejores momentos de la noche con un Bunbury que, por momentos, le puso la chispa adecuada a un show sumergido en el repertorio cantinero. “¡Y dale licenciado!” bramó Quique y la gente lo ovacionó afirmando la rápida aceptación del nuevo material. Pero las dos horas de show necesitaron más relampagazos de guitarras crudas y sonido radical del cantautor.
Muchos bunburyzados, con sombrero de ala ancha y remeras negras de HDS gritaban ¡Héroes va a volver! pero se quedaron con las ganas de escuchar algún clásico de la banda española. Desde el punto final de 2007, Enrique es bastante reacio a revolver en el pasado.
En De todo el mundo se apreció la coloratura vocal de este español que no dejó de agradecer al público argentino por haberlo ido a ver, rozando la demagogia. Y entre el humo, Enrique no paró de moverse y, también, mostrarse preocupado por el sonido (ver Enigma...).
“Ahora vamos a hacer un blues de Atahualpa”, enfatizó la voz y en El cielo está dentro de mí, el español se aferró al pie del micrófono. Este tributo a Yupanqui fue de lo más emotivo de la noche,donde el silencio del público sólo se quebró al grito de los cocacoleros.
Sus tonos graves, que capitalizó en su carrera solista, hicieron un gran contrapunto con los pasajes más rockeros de la noche. Y para el tramo final del concierto su estampa cowboy mutó con una chaqueta negra, una remera roja (con la palabra Raw) y engarzó Bujías para el dolor e Infinito, donde Bunbury ubicó parte del micrófono dentro de su pantalón, se arrodilló y levantó los brazos. Un símbolo.
“Buenos Aires no se olviden de vosotros”, grita Enrique para que luego de dos horas de show y 22 temas, sólo quedasen las volutas de humo que recorrieron un escenario que se vació de a poco. El de esa cantina, versión estadio, que sucumbió bajo Bunbury. 




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