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Eleonora Cassano: "Con Julio Bocca, mi vida cambió"

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Entrevista. La famosa bailarina Ha decidido cerrar su carrera. El año que viene hará su despedida y espera contar con Bocca. Aquí repasa su vida y su obra, dando las razones de su adiós a la danza.



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4/9/2011

Eleonora Cassano comenzó su camino en la danza cuando tenía sólo ocho años y nunca se detuvo hasta ahora, a los 46, en que ha decidido despedirse de los escenarios. Pero tampoco de una manera absoluta y rotunda, como veremos luego.

¿Recordás con precisión el momento en que quisiste ser bailarina?

Perfectamente; mis padres me habían llevado al Teatro Colón a ver una función de ballet y yo les dije: “quiero hacer eso”. Di la prueba, que era muy exigente, para entrar al Instituto del Colón y seguí toda la carrera allí. A los dieciséis me invitaron a bailar en Venezuela, y cuando volví entré al Ballet del Colón, primero como refuerzo del cuerpo de baile; luego comencé a hacer roles de solista hasta que tuve la oportunidad de hacer mi primer pas de deux; era una coreografía del norteamericano John Clifford y lo bailé con Daniel Escobar.

Algo muy emocionante para mí, porque pocos años antes, cuando era una chiquita que estudiaba en el Instituto, corría a pedirle autógrafos a Escobar, un bailarín maravilloso. Era como vivir una fantasía. Realmente es mucho camino el que llevo recorrido. El otro día, en un ensayo, yo tenía puesta una remera que decía “Les étoiles de la danse, 1991”.

Es un festival muy conocido que se hace en Canadá, donde bailé varias veces con Julio Bocca. Y uno de los bailarines de la compañía me dice, “¿1991? ¡El año en que yo nací!”. Y entonces tomé conciencia de que algunos de mis compañeros podrían ser también hijos míos...

Estudiar en el Instituto era vivir la vida del Teatro Colón.

Es eso lo que da la verdadera formación a un bailarín. Yo me “rateaba” a la escuela para ir al Colón a ver los ensayos de compañías de ballet extranjeras que venían a Buenos Aires o a ver los propios ensayos del Ballet del Colón. Bailé por primera vez en el escenario del Colón cuando tenía nueve años y me tocó hacer una de las niñitas en el primer acto de La Sylphide, nada menos que en la versión de Pierre Lacotte y con Ghislaine Thesmar como la protagonista. De todos modos, es difícil, cuando se es niño, tomar conciencia de que te están ocurriendos esas cosas tan importantes.

Eras compañera de Julio Bocca y de Maximiliano Guerra en el Instituto del Colón, ¿no es cierto?

Nos conocíamos, aunque no estábamos en el mismo año; pero María Luisa Lemos, que era maestra del Instituto, había formado una compañía juvenil con alumnos del propio Instituto, chicos de nueve, diez, once años. A esta compañía entró Julio Bocca, que desde el primer momento mostró el talento que tenía. Con María Luisa Lemos yo aprendí todo: cómo maquillarme, cómo peinarme o cómo coser el extremo de las cintas de las zapatillas, que lo hago exactamente igual hasta el día de hoy. Con Maximiliano bailamos más adelante -aunque creo que también participó de la compañía de María Luisa-, e incluso ganamos juntos un concurso en Nueva York. Y en 1989 comencé a bailar con Julio. Con él, mi vida cambió. Es cierto que para entonces yo ya había comenzado a hacer una carrera internacional, pero con él se abrió una puerta mucho más grande.

En esa nueva etapa de tu carrera, ¿hay algo que habrías querido que fuera distinto?

No, todo lo contrario. Imaginate que la primera vez que bailé en Europa, en Italia, fue haciendo en una gala el pas de deux de Don Quijote con Julio; una de las artistas que participaba era Maia Plisetskaia y al final saludamos todos juntos, yo tomada de la mano de Maia. Imaginate. También fue extraordinario poder bailar en todo el mundo, en todo el mundo realmente, excepto Japón.

¿Podrías comentar tu experiencia en “La Duarte”, esa obra de danza-teatro inspirada en Eva Perón?

Dentro de poco tiempo la repondremos en España y va a ser parte de mi despedida. Elegí volver a hacerla porque me dio muchas satisfacciones; sobre todo descubrí en mí una parte actoral que no sabía que tenía. Fue un trabajo muy elaborado el que llevé adelante hace seis años y ahora, al volver a ensayarla, me encuentro más madura para encararla; incluso puedo ayudar a los bailarines que están ensayando conmigo a encontrar ciertos recursos: por ejemplo, cómo descubrir una gestualidad a partir de la intención que querés mostrar. Creo que sólo la experiencia te va dando estas cosas.

¿Hay bailarinas que admires y otras con las que te identifiques?

Admiro muchísimo a Natalia Makarova (nota: una de las más grandes bailarinas de la segunda mitad del siglo XX, de nacionalidad rusa). Pero la admiro no sólo como bailarina sino también como intérprete. Esto quizás no te lo hubiera dicho a mis veinte o treinta años, cuando me importaba más la técnica de un bailarín. Pero creo que son los cambios que se dieron en mí misma como artista, el haber pasado por tantas experiencias diferentes, lo que me permitió apreciar la totalidad de un intérprete. Me fascina, por ejemplo, Sylvie Guillem, que es fabulosa técnicamente, pero no me transmite nada. Y volviendo a Makarova, también siento una identificación con ella, que además me han dicho que somos parecidas físicamente. Otra bailarina que admiro mucho es Alessandra Ferri.

Tu marido, que fue inicialmente químico, dejó su carrera para consagrarse a la tuya.

No sólo a la mía, porque también trabajó como productor con Enrique Pinti. Pero en lo que concierne a mi carrera, fue fundamental. Es la persona que más me cuida, más me protege y que mira todo el tiempo lo que me conviene. Además, nos complementamos muy bien: él es muy cerebral y organizado, y yo soy todo lo contrario. Y por otra parte, gracias a que Sergio (Albertoni) se metió en mi mundo, es que pudimos tener la familia que tenemos -Tomás tiene catorce años y Julieta, ocho-. En ningún momento hubo que dejarlos y, salvo raras excepciones, los hemos llevado a todas las giras.

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