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Cristina y el llamado a la unidad, la sopa de verduras de Scioli y una oposición sin brújula

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Elecciones.

Mario Ishii discó bien temprano, una vez finalizada la elección, el teléfono de Daniel Scioli para reconocer su triunfo en la interna y felicitarlo.
Francisco de Narváez hizo lo propio y media hora después de la medianoche del domingo, y una vez que todos los candidatos hablaron en público, conversó con el gobernador bonaerense y ambos mantuvieron un diálogo amable.

Ya en la mañana argentina del lunes, Mauricio Macri marcó el 005411 y pidió desde Europa hablar con la Presidenta de la Nación para reconocerle su “gran elección”, en retribución a lo mismo que hizo su “vecina de enfrente”, como se proclama la propia mandataria cuando conversa con el jefe porteño, a quien llama “ingeniero”.

También en las primeras horas del lunes, Martín Sabbatella tomó el teléfono fijo de su casa de Castelar y llamó a la casa tigrense de Scioli, con quien habló largo y cordialmente.

Y para coronar esta Argentina “amable”, la gran ganadora de las elecciones primarias, llamó anoche a sus propios seguidores a la humildad y realizó un llamado a la unidad.

Al menos, las primeras lecturas de las internas obligatorias han resultado muy saludables. Y también esperar cómo se reacciona en el poder, luego de unos números que no dejan margen para hablar que toda la victoria es de “Ella”.

El armado de listas previo a la elección de este domingo había mostrado, por el contrario, una lógica cerrada, expulsiva de los tradicionales dirigentes peronistas y sin reconocimiento a trayectorias y conocimiento del territorio.

La Cámpora, en apariencia golpeada por las elecciones porteñas –primera vuelta y balotaje- y en las provincias de Santa Fe y Córdoba, coronó ayer el dominio de la escena y de la organización de los actos de Cristina, como sucedió en el cierre del teatro Coliseo y el búnker del Intercontinental.

Por su parte, Daniel Scioli cerró su domingo (o mejor dicho, comenzó su lunes) con una cena en la residencia gubernamental platense junto a un grupo reducido de 25 personas, entre ellos 4 de sus ministros.

Sopa de verdura, pizza, pastas, flan con crema, café fue el menú de la celebración sciolista, donde sienten que no equivocaron con la idea de continuar firmes con el kirchnerismo y esa conducta “incombustible” ante retos públicos, maltratos en el armado de sus listas y el implante de un incómodo candidato a vice.

En tanto, la oposición no descubrió aún que, en su paso atolondrado hacia la compulsa, destruyó su brújula y perdió –sin remedio- el norte, cuando rompió los acuerdos lógicos y posibles, todo en virtud de las mezquindades de todos y cada uno de ellos.

Si no, basta ver la ceguera radical de apurar sus tiempos y fulminar antes de tiempo a sus tres posibles contendientes para el 14 de agosto, como eran –además de Alfonsín-, Julio Cobos y Ernesto Sanz, hoy ausentes de la escena.

O las divisiones incomprensibles de los peronistas Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saá o de los ex aliados Ricardo Alfonsín, Hermes Binner, Elisa Carrió y Margarita Stolbizer, quienes, hasta hace poco, compartían el Acuerdo Cívico y Social.

O el acuerdo entre Francisco de Narváez y Ricardo Alfonsín, que algunos siguen tratando de explicar la fórmula de esa química sin física.

Los tiempos que vienen de acá a octubre, fecha de las elecciones generales, serán de concordia y de discursos tolerantes desde el poder máximo. Pero la verdad del nuevo rumbo sucederá desde el discurso del 10 de diciembre cuando asuma el nuevo mandatario o mandataria.

Cristina Fernández de Kirchner tiene tiempo suficiente para pensar en el rumbo del nuevo tiempo. Y para que todos sepamos, quienes la votaron y quienes no, si las palabras de apertura son una comprensión de los tiempos o solamente un disfraz electoral.

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