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Villa-Devoto

Las listas de los libros mas vendidos son como necrologicas

VIVIR ENTRE LIBROS. MANGUEL ES, SOBRE TODO, UN LECTOR APASIONADO. TAMBIEN ES TRADUCTOR, EDITOR Y CRITICO.
SOCIEDAD
/ Una autobiografía, un diálogo apenas interrumpido por algunas preguntas. En su último libro, Conversaciones con un amigo (Editorial La Compañia), el escritor Alberto Manguel cuenta que hubo una infancia extraña, durante la que estuvo a cargo de una niñera de origen judío-alemán, que le enseñó a hablar en inglés y en alemán. Hubo 7 años, los primeros de su vida, que Manguel pasó en Israel, porque en 1948 Perón designó a su padre, que nada tenía que ver con la diplomacia, como primer embajador en el nuevo Estado. Hubo los primeros libros, que Ellin, la institutriz liberal que de algún modo terminó ejerciendo las funciones materna y paterna, le permitía comprar libremente.

Hubo un regreso al país y seis años, felices, según recuerda Manguel, en el Colegio Nacional de Buenos Aires, y un encuentro con Jorge Luis Borges, cuando buscaba un trabajo para seguir comprando libros. Borges ya estaba ciego así que lo contrató como lector: le leía a Kipling, a Stevenson, a Henry James. Hubo mucho más en la vida de Manguel: bibliotecas imaginarias, bibliotecas reales pero imposibles de ordenar, bibliotecas amadas, tan pobladas que lo obligaban a dormir en el suelo. Hubo vidas en Italia, Francia, Tahití, Canadá e Ingleterra, donde para sobrevivir hacía pinturas sobre cuero: algo debían tener, porque le vendió un cinturón al stone Mick Jagger. “Tuve mi hora de gloria”, dice.

En esta extensa charla con su editor, Claude Rouquet, Manguel parece monologar sin testigos. Cuenta, por ejemplo, que durante los años que pasaron en Israel no intercambió una sola palabra con sus padres y que, cuando se encontraba de casualidad con ellos en algún lugar de la enorme casa en la que vivían, les decía “buenos días, señor; buenos días señora”.

Ud. comentó, sobre su infancia, que ahora le parecían crueles situaciones que antes le habían parecido “extraordinarias”.

Creo que cuando vivimos nuestra infancia, lo hacemos sin tener puntos de comparación, sin un contexto. Yo juzgo a la mía como muy feliz. Ahora, viéndola con una distancia de 60 años, me doy cuenta de que hubo ciertas situaciones que no son las que yo desearía para mis hijos o mi nieta.

Pero ¿qué ocurre con las preguntas que quedan sin respuesta, en especial las que Ud. se hace en relación a sus padres? No tenemos elección. Mis padres han muerto y es demasiado tarde. También es cierto que quisiéramos interpelar a los protagonistas, preguntarles por qué. Y es muy probable que no haya respuestas, porque muchas veces hacemos las cosas sin saber por qué las hacemos.

¿Qué recuerdos tiene de su primer biblioteca, de su primer libro? Recuerdo una especie de kiosco... que era una mezcla con papelería, en la esquina de casa, en Belgrano. Allí estaba la colección Robin Hood, esos de encuadernación amarilla, en los que en traducciones espantosas, leía algunas libros interesantes, muchos que no me atrevería a confesar, como Bomba, el niño de la selva .

¿Que le interesa del rol del investigador en el escritor? El escritor es un investigador más o menos consciente. Borges se burlaba de un escritor que iba a escribir una novela sobre la India y pasaba diez años investigando sobre ese país. El escribía un cuento que transcurría en la India y su investigación consistía en releer los cuentos de Kipling. Para escribir ficción confiaba mucho más en la imaginación que en las fuentes históricas.

¿Como piensa sus libros, que vería un lector detrás de escena? Armo mis libros a partir de otros libros, casi podría decir que pienso en citas. Lo que leo da forma a lo que pienso. No sé nunca muy bien adónde voy, me voy por las ramas, no soy un pensador claro, nítido. Me dejo llevar por la escritura. Yo confío en que después el lector me organice.

En “Conversaciones con un amigo” explica las diferencias entre la historia de la literatura y de la lectura, y entre una lectura silenciosa y otra en voz alta.

Son dos cosas distintas. Dentro de la historia de la lectura, la lectura silenciosa y la lectura en voz alta son etapas distintas que se suceden y que vuelven. En la antigua Grecia y Roma, se leía sino en voz alta, al menos mascullando el texto para entenderlo porque las palabras no estaban separadas y había pocos signos de puntuación. Entonces había que pronunciarlo en voz alta para entender al menos el sentido, reconocerlo. Entre la historia de la literatura y de la lectura, en mi libro Una historia de la lectura mi punto de partida fue una reflexión: nosotros, cuando pensamos en la historia de la literatura, pensamos en una historia marcada por ciertos escritores con ciertas obras. Pero nos olvidamos que ambos fueron elegidos por los lectores. Shakespeare es Shakespeare, pero hubo muchos contemporáneos a él que escribían. Sin embargo, nosotros decidimos quién nos interesa. Ahora, uno podría decir, que el lector se equivoca: nuestras listas de best sellers son una prueba de eso. Las listas son en realidad necrológicas, dentro de seis meses nadie recordará quién estaba en la lista. Son nombres destinados al olvido.

¿Todos somos lectores, aun sin libros? En cierta medida sí. Yo definiría a la especie humana como una especie lectora. Como animales, venimos al mundo con la intuición de que todo lo que nos rodea es narración y entonces en un sentido muy amplio de la palabra leer, leemos el mundo, leemos el paisaje, las expresiones de los otros, porque creemos reconocer que algo se nos está comunicando. Entonces, incluso en aquello que no ha sido construido como tal, leemos lenguaje y narración



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