Nilda Eloy 1957 - 2017
BARRIO
“A mĂ me secuestraron”, dijo Nilda Ema Eloy citada como testigo frente a la Cámara Federal de Apelaciones en La Plata, el 29 de septiembre de 1999; apenas un momento antes, cuando el juez que ejercĂa la presidencia del tribunal le habĂa preguntado si tenĂa algĂşn interĂ©s particular en el resultado de aquellas actuaciones, ella dijo: “sĂ, en el mĂo propio, como sobreviviente de los distintos campos de concentraciĂłn”.
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17/11/2017
En el itinerario asesino de su detenciĂłn ilegal, conocido como parte del “circuito Camps”, aparecen La Cacha (con simulacro de fusilamiento previo), el Pozo de Quilmes (“donde compartĂ cautiverio con los chicos de La noche de los Lápices”), Arana (“escuchaba torturas, habĂa mucha gente, muchos gritos”), El Vesubio (“creo que era ahĂ, era como una casa, un calabozo de mujeres” ), la Brigada de Investigaciones de LanĂşs con asiento en Avellaneda (“El infierno, tenĂamos que hacer turno para sentarnos”), la ComisarĂa 3ra de ValentĂn Alsina (ahĂ lleguĂ© a pesar 29 kilos”) y termina en el penal de Villa Devoto, donde la dejaron a disposiciĂłn del Poder Ejecutivo. Cuando Nilda declara, reconstruye aquella noche del 1Âş de octubre de 1976 en la que dormĂa en la habitaciĂłn que compartĂa con su hermana hasta que una explosiĂłn le abre la puerta al grupo de tareas (entre 25 y 30 personas al mando de Etchecolatz, quien dirigĂa el operativo desde el patio y al que Nilda reconoce tiempo despuĂ©s, cuando lo ve por televisiĂłn) que la secuestra de la casa de sus padres, la mete en un Dodge 1500 celeste y la lleva al lugar donde tuvo su primera sesiĂłn de tortura. La voz pausada de Nilda, integrante de la AsociaciĂłn de Ex Detenidos Desaparecidos, truena invencible en la reconstrucciĂłn del terror y es voz viva cuando se la recuerda como esencial en la causa contra el genocida Miguel Etchecolatz en el juicio de otro septiembre, aquel septiembre de 2006 donde desaparecieron a Jorge Julio LĂłpez. Nilda fue una de las primeras en denunciar su desapariciĂłn, “Yo sabĂa de la ansiedad que Ă©l tenĂa de verlo a Etchecolatz, Ă©l querĂa declarar de cara a Etchecolatz, gritarle en la cara”, y en presentar un habeas corpus. Una vez más la voz de Nilda es la que cuenta lo que ocurriĂł, lo que falta saber y lo que algunos no quieren oĂr, como cuando contĂł en uno de los juicios que los asesinos la usaban para producir “gritos femeninos”: “mientras me torturaban a mĂ les decĂan a otros detenidos que estaban interrogando a sus madres, a sus hijas, a sus esposas”. Luchadora incansable contra la impunidad; de sobrecogedora ternura; muy firme; valiente testigo en los juicios por crĂmenes de lesa humanidad; memoria, verdad y justicia para siempre… estas y otras frases parecidas compartieron adjetivos briosos en las oraciones de plegaria pagana que rodearon la cama en la que estaba internada. Y fueron esas mismas oraciones las que se publicaron en las redes horas despuĂ©s de su muerte. En el recorrido de ausencia, cuando el olor de hospital le ganaba a cualquier otro olor, alguien recordĂł que Nilda querĂa estudiar medicina cuando se la llevaron de su casa de La Plata. Mientras nace la evocaciĂłn y la noticia del sepelio sobrevive apenas en el alud de otras noticias, la voz calma de sus declaraciones se vuelve alarido. educaciĂłn Ver Promociones
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