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Villa Devoto : Celibato opcional, una idea que agita las aguas del Vaticano

Era el ejemplo del cura entregado, humilde, que recibía bien a la gente, al que elegían como confesor. Pero estaba en crisis. Siempre propenso a enfermarse, había bajado de peso, y en las homilías, de manera casi imperceptible, temblaba. Gonzalo Moraco llevaba mucho tiempo en ese estado. Durante un año meditó la decisión de abandonar el sacerdocio y se tomó otro año para analizar cómo hacerlo. “Lo que sufrí lo comparo del fallecimiento de mi hermano. Para mí fue un abismo”, recuerda ahora, en su casa de Villa del Parque.
  
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elibato opcional, una idea que agita las aguas del Vaticano   
10/6/14

El cura había conocido a Emilse un día en que ella había discutido con un pastor evangélico. Caminaba enojada cuando escuchó las campanadas de la iglesia San Antonio. Entró en busca de serenidad. Escuchó la misa del padre Gonzalo: “ ... debemos conducirnos en la libertad del espíritu”. Emilse quedó impactada. Enseguida pidió un turno para verlo y al poco tiempo él se convirtió en su confesor y ella en su dirigida. Tomaban mate, conversaban. El cura comenzó a pensar en ella.

“Yo me encontraba en una soledad muy apremiante. Tenía gozo por lo que hacía, pero cuando me fui enamorando de Emilse, no podía conciliarlo con el deseo de tener una familia”.

Hasta entonces la Iglesia había representado todo: la capilla del barrio, el fútbol, su grupo de amigos, los siete años que estudió en el seminario. La iglesia era su casa. A los 28 años se ordenó sacerdote.

Pocos años después decidió que no iba a seguir. “Sabía que lo que me esperaba iba a ser muy duro. Pero necesitaba hablar con las autoridades. Quería hacer las cosas bien para que no hubiese malos entendidos y no defraudar a los fieles”.

El párroco Raúl Martín, ahora obispo de La Pampa, que lo había visto crecer, le pidió que se quedara. Podía estar viviendo una crisis momentánea, pero estaba seguro de que el sacerdocio era su vocación. Gonzalo sintió que necesitaba más libertad para pensar. Aprovechó un retiro del clero joven en Pilar y decidió hablar con un cura al que no conocía. Los dos comenzaron a caminar solos. “Te tengo que contar qué me pasa ... me enamoré”, le dijo Gonzalo. El cura frenó y lo abrazó. “Bienvenido al mundo del amor ...”, le respondió. “Yo me puse a llorar -recuerda ahora-. Este tipo entendió todo, dije ...”.

En ese diálogo comenzó a elaborar la salida. Debía dar dos pasos más. El obispo auxiliar de la vicaría Devoto y el cardenal primado de Buenos Aires, que lo había ordenado. El obispo Jorge Lozano, ahora titular de la Pastoral Social del Episcopado, se entristeció con su decisión. “Algo estamos haciendo mal ...”, reflexionó. Bergoglio le dio cita un día después de que la solicitara. El cardenal solía atender él mismo a los curas en un teléfono fijo en tanto lo llamaran entre las 5 y las 6 de la madrugada. A Moraco le temblaba la voz cuando le dijo que se había enamorado. Bergoglio le dio dos consejos: que fuera despacio y que por un tiempo viviera solo y trabajara. Lo apoyó: poco después le concedió una beca para que estudiara en la Universidad del Salvador.

Una noche, Moraco fue a la casa de Emilse. Hacía bastante que no se veían. Ella se había apartado para que tomara solo la decisión. Le dijo que ya no era más cura. Lentamente, comenzaron a ser novios. “Fue duro también. Tenía que aprender todo de cero”.

Ahora esperan su segundo hijo. En su consultorio de psicólogo en Villa Devoto, algunos de los fieles que confesaba en la iglesia, se atienden con él. A ellos les recomienda que estén acompañados por “personas sabias y libres” para buscar “lo profundo del deseo”.









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