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Ginobili, La vigencia de un atleta integral.

La historia de un deportista excepcional Con su cuarto título en la NBA, el bahiense coronó doce años brillantes en la mejor liga del planeta. Terminó entero físicamente y por eso ilusiona que pueda jugar el Mundial. Emanuel Ginóbili besaba el trofeo dorado, por primera vez, el 15 de junio de 2003. Mientras un Manu con mucho más pelo conocía lo que era acariciar el campeonato de la NBA, Lionel Messi vivía en el anonimato de un cuarto español y soñaba con jugar al menos un partido con el primer equipo de Barcelona.
  
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Ginobili, La vigencia de un atleta integral.   
17/6/14

Para aquella época, Gastón Gaudio no había ganado Roland Garros y Juan Martín Del Potro era un pibe de pelo revuelto que solamente había visto el Abierto de Estados Unidos por televisión.

En aquel 2003, Marcos Maidana imaginaba su debut como boxeador profesional, Sergio Martínez, que no era el carismático Maravilla , peleaba contra el destino en su destierro español y Argentina llevaba más de 50 años sin ganar un oro olímpico. Pero Manu ya se tiraba a dormir la siesta en el peldaño más alto del deporte mundial.

Un domingo de 2014, once años después de aquella gesta, Ginóbili besa otra vez la misma copa de campeón de la NBA. Claro, lo hace sólo después de dar otros besos, que van para su mujer y para sus pequeños hijos. Porque aunque parece que nada ha cambiado desde el joven que pedía pista en San Antonio hasta el padre de familia que se ha convertido en leyenda, la historia mágica del “20” de los Spurs también sabe de calendarios.

El cuarto título de Ginóbili en la NBA fue, según sus propias palabras, el más especial de todos los que ganó allí. San Antonio todavía tenía una enorme espina clavada por la final de la temporada pasada, en la que Miami le había arrebatado el título en el séptimo partido de la serie. Ante el mismo rival y con un año más en el lomo de sus protagonistas más experimentados, los Spurs jugaron el mejor básquetbol del planeta. El concepto colectivo del equipo de Gregg Popovich sepultó a los Heat del mejor jugador del mundo, LeBron James.

San Antonio hace historia en el pináculo del deporte. Allí donde Manu volvió a portar la bandera argentina.

Popovich afirma que Ginóbili es “el jugador más competitivo” que haya dirigido. Y que su mayor virtud es “hacer lo que sea necesario para que el equipo gane”. El mismo entrenador fue el que lo trajo a los Spurs en 2002, después de que la franquicia lo eligiera en el puesto 57 del draft de 1999. Hoy, Manu declara que Pop es el técnico que más le enseñó en su carrera.

Junto al bahiense, el entrenador construyó una dinastía que, además de Ginóbili, tuvo como piedras fundamentales a Tim Duncan y a Tony Parker y cosechó las ligas de 2003, 2005, 2007 y 2014. Anteriormente, la dupla de Duncan y David Robinson había dado el puntapié inicial con el trofeo de 1999.

El valor del papel de Ginóbili en la historia de los Spurs se mide en títulos y también en una colección de marcas individuales que se encuadran en un equipo que impone su estructura colectiva en el olimpo del individualismo.

Manu jugó el partido de las estrellas en 2005 y 2011. Fue elegido mejor sexto hombre en 2008. Además, camina con paso seguro en la cancha de las leyendas y, con viento a favor, será miembro del Salón de la Fama.

El Manu de la madurez va dibujando el cierre de su carrera con un lápiz de ilusiones. Hoy no penetra al aro diez veces por partido y dice que lo mejor que le brindó la edad es “la mentalidad y la experiencia para elegir mejor”.

De todos modos, ostenta el fuego interior necesario para volcar la pelota con fiereza por encima de un gigante de 2,11 metros llamado Chris Bosh y generar así la imagen más impactante del último partido de las finales de la NBA. Igualmente, Ginóbili desnuda su secreto en el final de la noche, cuando, después del título, mira televisión en su casa y come “el primer paquete de papas fritas en 9 meses”.

Para ser genial hay que ser constante.

Manu llena vitrinas y carga las planillas de números geniales, pero, más que nada, ostenta la virtud inexpugnable de generar sonrisas y lágrimas de alegría. Y como la vida, más que en estadísticas, se mide en momentos, Ginóbili podrá jactarse de haber escrito bastantes páginas en el libro de los intangibles que pagan las cuentas con sueños cumplidos.

Manu demuestra la vigencia de un atleta integral, por clase, perseverancia, liderazgo y comprensión del deporte y de que su imagen debe defender ciertos valores a rajatabla. Y como terminó bien físicamente, ilusiona que pueda jugar el Mundial de España.

El humilde “20” de los Spurs lo declara sin reparos en el medio del fragor del festejo: “Le damos valor a todos estos anillos porque muestran que pudimos llegar y no desaparecer con el paso del tiempo”. Emanuel Ginóbili vuelve a besar el trofeo.

Manu sigue inventando al amor, once años después.



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