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¿Soy o estoy hipertenso?

SALUD.
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El médico y psicólogo Luis Chiozza aborda en su libro "Hipertensión" las múltiples causas de la enfermedad. Aquí, en exclusiva para Entremujeres, un panorama de la enfermedad hoy y una mirada sobre el tema desde el psicoanálisis.
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5/11/13

Se denomina hipertensión arterial al aumento de la presión de la sangre en las arterias más allá de los límites y las variaciones que se consideran normales. Puede ser una consecuencia secundaria de otra alteración del organismo como, por ejemplo, una enfermedad renal o un trastorno endócrino, pero esto sólo ocurre en el 5 o 10% de los casos. La inmensa mayoría de los pacientes (90 a 95%) en los cuales se registra una elevación habitual de la tensión arterial recibe el diagnóstico de hipertensión esencial. La medicina usa palabras como "esencial" o "idiopático" para designar procesos cuya evolución conoce pero cuyo origen (su etiología) ignora.

Aunque sigue siendo cierto que cada paciente tiene "su" normal, se establece "por convención" que la cifra normal debe ser, cuando el paciente la mide en su casa, 135/85, pero se acepta que, cuando la mide el médico, "lo normal" alcance, "por factores emocionales", 140/90. La estadística, que se expresa en porcentajes pero se establece sobre grandes números, señala que en la medida en que la cifra es menor, el número de complicaciones que se atribuyen a la hipertensión disminuye. La medición sólo tiene valor cuando se la registra en no menos de tres tomas realizadas en distintas consultas, y el manguito del esfigmomanómetro permanece a la altura del corazón.

Decimos de algunos pacientes que "son" hipertensos, y de otros que "están", por ejemplo, con una insuficiencia cardíaca, afirmando la diferencia entre un estado que se considera permanente y otro transitorio. Es necesario, sin embargo, reexaminar la idea de que el diagnóstico de hipertensión descubre, en todos los casos, un modo de "ser" que durará toda la vida.

La enfermedad silenciosa

La hipertensión arterial es una de las pocas enfermedades cuyo diagnóstico suele realizarse frente a la presencia de un solo signo. El 30% de los pacientes diagnosticados como hipertensos ignoraba las cifras de su tensión arterial. No puede asegurarse que algunos de los síntomas que se le atribuyen, como la cefalea o la epistaxis, sean en realidad una consecuencia de la hipertensión arterial.

El médico, llevado por el propósito de proteger a su paciente, suele aclararle que la hipertensión, aunque no produzca síntomas, es un enemigo solapado que aumenta mucho el riesgo de sufrir enfermedades graves. Sucede con frecuencia que, luego de recibir el diagnóstico, la mente del paciente se llena de preguntas: ¿Es una enfermedad que se cura? ¿Es una herencia de familia. ¿Le sucederá tal vez como a su madre, que después de un ataque empezó a arrastrar la pierna y ya nunca fue la misma de antes? ¿O como a su tío, que empezó a sufrir de los riñones y le subió la urea? ¿Podrá alguna vez volver a estar como antes? ¿O deberá resignarse a luchar siempre, tomando medicamentos por el resto de su vida, con esta enfermedad?

El tratamiento

El tratamiento habitual de la hipertension esencial se dirige a cambiar el estilo de vida y hacia la administración de medicamentos. La influencia de los factores que dependen del estilo de vida es, en cada caso, variable y compleja. Se aconseja disminuir la ingestión de sal, el sobrepeso, el alcohol, el tabaco y el stress. Se reconoce, sin embargo, que la mayoría de las veces la prescripción de esos cambios no logra su objetivo.

Los fármacos que se utilizan para el tratamiento de la hipertensión NO son reguladores de la tensión arterial, son hipotensores que bajan la tensión independientemente de cuál es su magnitud. No "curan" el proceso que eleva la tensión arterial, por ese motivo si se suspenden la hipertensión retorna.

No todos los pacientes son igualmente sensibles a los mismos fármacos. Sin embargo el último informe del Joint National Committe on the Detection, Evaluation and Treatment of Hight Blood Pressure, no promueve la idea de seleccionar una droga acorde con el mecanismo de cada hipertensión. En la práctica se comienza siempre con el fármaco que produce menos efectos colaterales indeseados.

De acuerdo con lo que señalan Kaplan y Victor (Kaplan's Clinical Hypertension) la hipertensión habitualmente no se cura. Entre los pacientes tratados sólo muy pocos vuelven a las cifras normales y se liberan de la necesidad de recurrir a los fármacos.

El diagnóstico establece que el paciente ES hipertenso y que necesita recurrir a los fármacos durante toda su vida. Aun así, sólo el 27% logra disminuir su tensión arterial con el tratamiento. Un 10% es "resistente" a los fármacos. El 63% restante no lo realiza con la constancia necesaria.

La preocupación por llegar a un diagnóstico precoz condujo a postular la existencia de un "estado prehipertensivo". La pre-hipertensión, sin embargo, no es una enfermedad, es un pronóstico basado en la estadística. La estadística se expresa en porcentajes , pero sólo se confirma en grandes números .Es válida para una población, pero no se aplica al caso individual. La realidad demuestra que entre los diagnosticados como prehipertensos muchos no serán hipertensos, entre los que lo sean muchos no tendrán complicaciones, y entre los que las tengan, muchos las tendrán luego de décadas.

Samuel Mann (en Healing Hypertension) aconseja: Antes de esforzarse para tratar de entender porqué tiene usted hipertensión, y antes de aceptar que necesita medicación durante toda su vida, asegúrese de que realmente la tiene. No hay que precipitarse en medicarla, sólo se deberá intervenir cuando el beneficio de la acción exceda al de la inacción. A menos que la tensión arterial se encuentre por encima de 180/110, suele haber suficiente tiempo para iniciar el tratamiento.

Es común pensar, de manera errónea, que una hipertensión no medicada expone al riesgo de sufrir en cualquier momento un accidente cerebrovascular. Un vaso cerebral sano resiste una tensión arterial ocho veces mayor que la normal. En una hipertensión leve el riesgo de sufrir daños en otros órganos puede concretarse en años o en décadas, no en semanas o meses. La tensión arterial en personas con una hipertensión moderada (140-160/90-100) suele descender espontáneamente en un tercio de los casos.

¿Enfermedad de algo o enfermedad de alguien?

A veces los signos y síntomas de las enfermedades pueden comprenderse como efectos de una causa "local" que "actúa" como un mecanismo, alterando la función de la estructura. Otras veces pueden comprenderse como símbolos (o "gestos" inconscientes) que al mismo tiempo sustituyen y representan emociones que permanecen reprimidas.

Entre las alteraciones corporales que expresan emociones inconscientes hay algunas cuyo significado permanece cercano a la consciencia. El lenguaje popular reconoce, por ejemplo, la vinculación que existe entre el miedo y la diarrea. De modo que hay signos y síntomas que habitualmente interpretamos como efectos de causas y, al mismo tiempo, como la expresión de emociones cuya verdadera magnitud se reprime.

La forma de un órgano, como la de una máquina, se comprende contemplando la función que desempeña y que constituye su finalidad o "su razón de ser". La "razón de ser" de las estructuras biológicas les confiere un significado que permanece inconsciente y constituye la intencionalidad que atribuímos a los seres animados y que caracteriza a la vida. Dado que los significados de la forma y la estructura del cuerpo suelen ser inconscientes, tendemos a creer que la mayoría de las alteraciones físicas carecen de un significado psíquico.

El significado inconsciente de la hipertensión

Los cardiólogos coinciden en afirmar que existe una relación entre el estado emocional y las cifras de la tensión arterial, aunque muchos sostienen que el "factor psíquico" no influye en todos los casos por igual. Entre los cardiólogos que han profundizado en el tema, Samuel Mann señala que suele tratarse de emociones que albergamos pero que no sentimos y que ni siquiera sabemos que existen en nosotros.

Afirmar que la hipertensión es "a causa" del stress constituye hoy un lugar común de muy escaso valor, dado que a esa misma causa se atribuyen multitud de trastornos distintos sin explicar porqué. Las primeras investigaciones psicoanalíticas se apoyan en la estadística para atribuir la hipertensión esencial a una modalidad reaccional del carácter frente a sentimientos de enojo que son reprimidos. Investigaciones ulteriores condujeron a afirmar que el enojo podía expresarse también a través de otras patologías, pero que el afecto específico que, reprimido, se expresa mediante la hipertensión, es la indignación.

Cuando alguien reacciona "indignándose", es porque se defiende frente al sentimiento de que lo han "indignado"; es decir que lo han "privado" de su dignidad convirtiendolo en indigno. El sentimiento de indignidad reprimido genera sensaciónes de desvalimiento, de abandono, de falta de recursos para obtener el reconocimiento de derechos y de méritos. Además condiciona una hipersensibilidad que conduce a indignarse con frecuencia, como defensa frente a lo que se experimenta como una acusación de indignidad.

El beneplácito que recibe el niño de las personas que lo asisten en sus necesidades constituye un representante fundamental del sostén de la autoestima que configura el sentimiento de dignidad que coincide con el de merecer el cariño y los cuidados que recibe. El suministro de alimento y el afecto pueden representarse de manera recíproca. Es posible observar, por ejemplo, que frecuentemente se intenta suplir una carencia afectiva ingiriendo sustancias nutritivas que cumplen la función de golosinas.

Dado que una presión arterial suficiente asegura que los nutrientes y el oxígeno, que son necesarios para los procesos biológicos, lleguen a los tejidos, una tensión arterial normal forma parte del conjunto de fenómenos motores y secretores que configuran el sentimiento de dignidad. Entre los recursos que usamos para reprimir un afecto penoso uno de ellos consiste en desplazar toda la excitación sobre uno sólo de los fenomenos que configuran el afecto completo. Se comprende entonces que la tensión arterial pueda aumentar cuando la indignación se reprime.

Es necesario mencionar todavía un tipo de "prodigalidad" que constituye un rasgo de carácter que se observa con mucha frecuencia en el paciente hipertenso. Dado que reprime una indignación que lo defiende de sentirse indigno, muchas veces intenta superar ese sentimiento de indignidad inconsciente asumiendo una conducta pródiga que se diferencia de la generosidad, porque su prodigalidad surge de una necesidad distinta de la que experimentan las personas que reciben su ayuda. Por ese motivo su intento generalmente fracasa y el hipertenso siente entonces que se agota y "se desangra" en "una dádiva sin retorno" que aumenta la indignación inconsciente que pretendía aliviar.

Señalemos, por fin, que un paciente que, de acuerdo con el diagnóstico que ha recibido, "es" hipertenso, suele sufrir en la convivencia con sus seres queridos y con las personas del entorno, por un trastorno de carácter que la medicación no altera y que lo inclina hacia una prodigalidad que aumenta su indignación inconsciente y establece un círculo vicioso que tiende a mantener su hipertensión.

Fuente: Luis Chiozza, autor del libro Hipertensión: soy o estoy hipertenso, de El Zorzal



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