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Se vio una magnífica puesta de la pieza, a cargo del Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín dirigido por Mauricio Wainrot.
19/11/13
El Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín acaba de llevar a escena la producción más reciente de su director Mauricio Wainrot, La canción de la tierra, basada en la célebre partitura homónima del compositor austríaco Gustav Mahler. Es una obra mayúscula que Mahler compuso entre 1908 y 1909, período particularmente doloroso de una vida ya marcada por el dolor y el conflicto. Hijo de una familia judía modesta de la región de Bohemia, -cuando esta región pertenecía al imperio austrohúngaro- Mahler tuvo tempranamente la sensación del exilio: “siempre un intruso, nunca bienvenido”. Durante el período de la creación de La canción de la tierra, murió su hija María, que tenía apenas siete años, y esta pérdida terrible provocó la primera afección cardíaca de Mahler.
Wainrot se había interesado por la partitura ya en 2008 como posible fuente de una nueva creación, pero fueron sus propias pérdidas personales de los últimos años las que impulsaron un nuevo acercamiento a la obra de Mahler.
No hay que encontrar, sin embargo, en la versión coreográfica de La canción de la tierra algún tipo de literalidad. Como en la casi totalidad de la producción de Wainrot, no hay aquí tampoco situaciones argumentales, ni personajes reconocibles, ni expresión de sentimientos traducibles en palabras precisas. Pero en la conjunción de elementos que ha reunido, sumados a la extraordinaria y poderosa música de Mahler, la obra alcanza un contundente plano emocional: la paleta de colores elegidos por Graciela Galán, que abarca los rojos, violetas, los grises, los castaños para un vestuario precioso y sobrio; la fantástica iluminación de Jorge Pastorino, que sólo en instantes mínimos abandona el necesario tono íntimo y nocturnal; la escueta y bella escenografía concebida por el Estudio Silvia Rivas –paneles coloreados translúcidos que a veces reflejan el movimiento de los bailarines y a veces permiten vislumbrar lo que sucede atrás-; por supuesto, la concepción coreográfica, muy especialmente de los dúos en la última parte de la obra, de un lirismo y una sensibilidad realmente inspirados.
En fin, la reunión orgánica de todos estos elementos hacen de esta creación seguramente el mejor título de Wainrot en el recorrido de la compañía de los últimos tiempos.
Y finalmente, aunque no menos importante, la interpretación de los bailarines. Cada vez hay que volver a decir lo admirable de este elenco: la compañía suele renovarse pero algunos bailarines permanecen y aunque ya eran buenísimos hace unos años, parece que nunca dejaran de dar más y más de sí. Es muy conmovedor cómo han hecho suyo el material coreográfico, su concentración y su entrega sensible a las necesidades del coreógrafo.
El programa se había iniciado con la reposición de Desde lejos, una pieza muy fresca con ciertos toques de color folclórico creada por Wainrot para el Ballet Real de Wallonie de Bélgica en 1992. En 2009 fue montada con el Ballet Contemporáneo del San Martín y ahora regresa.
