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Villa-Devoto

Diez razones para amarlos.

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Breves.

”Los chicos quieren rock” (88), el segundo álbum, acaso el mejor disco de rock&roll que se haya grabado en Argentina.
El riff de guitarra de “Enlace”, un bólido autopropulsado que encierra una amenaza certera: “Yo cambio de forma para atacar”. Junto con “Sucio y desprolijo” (Pappo’s Blues), en el podio del rock&roll argentino.

Las misteriosas construcciones de Juanse, el poeta incomprendido. “Hola, Polanski, la lluvia de héroes/Descompuesto de terror, muevo ya de aquí”.

El look, que sí importa, aunque el rock argentino post ‘95 haya renegado largamente. Los Ratones Paranoicos como una banda de “rock noire”: la textura negra del cuero y la noche, el filo acerado, el rimmel corrido, esas cosas.

El logotipo de “Fieras Lunáticas”, de Marta Minujín: reestableció esa conexión entre el rock y el arte plástico.

Sólo Sumo era mejor que los Ratones en Cemento.

Ningún artista argentino dijo mejor la palabra “rock” (disolviéndola como un caramelo venenoso) como Juanse.

Esa capacidad de caerse y levantarse. Cuando todo parecía rutinario sacaron de la galera el himno “Para siempre” y después “Sigue Girando”, un rock que se consume a sí mismo, circular, perfecto: la metáfora sónica del vinilo.

Se despiden con un disco sin título, enigmático, que nadie se tomó trabajo de oír. ¿Escucharon “Sacrificio japonés”? Los Ratones como teloneros de Keith Richards fueron mejores que el propio debut de su majestad satánica en Vélez.

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